viernes, 12 de febrero de 2016

Maite Ariño García

OBITUARIO

Hacía al menos seis años que no volvía a Ceuta, y aunque sea con el pensamiento y la palabra, hoy lo hago desde mi lugar de residencia, China, para rendir homenaje a la que fue mi segunda abuela materna, no la madre de mi madre, pero sí la mujer que despidió a mi abuelo el coronel Ligüeri en 2002, su mujer durante la infancia, adolescencia y edad adulta de mis tíos y mi madre. De mi abuelo usé su apellido como seudónimo para publicar mis fotos como reportero en aquellos maravillosos años que pasé en Ceuta como periodista en El Pueblo de Ceuta. Y ella me recriminó un día que atribuí a mi abuelo el cargo de ex coronel de la Legión. Y ella me corrigió, con razón: “No es ex coronel, porque nadie lo echó ni se marchó, tu abuelo  es antiguo coronel”. 

Llegué a Ceuta en plena primavera de mi vida, en 2007, con tan solo 23 años. Me alojé en un par de pensiones esperando a que mi abuela Maite Ariño me hospedara en su casa cuando regresara de Fuengirola. Allí tenía una casa donde solía pasar temporadas jugando a la Brisca con sus amigas, abriendo en la incipiente senectud los cajones de la memoria en donde se guardan los capítulos de la lozanía: los maridos que ya no estaban, las etapas de Ceuta en donde los militares daban lustre a Casinos Militares, calles Reales y Revellín, entre Hacho, barquillas y domingos de García Aldave con Banderas llenas de legionarios de barba y duros como el coñac. Y entre picantes comentarios y alguna copa de whisky se iban bebiendo los días entre Fuengirola y Ceuta. Y después de dos días despistado en Ceuta llegó ella y me alojó en su casa de la calle Ingenieros, en la que dormí por última vez hace casi 10 años y de la que me fui sin despedirme, como un día más de camino a la redacción de El Pueblo en la Rivera y a punto de mudarme a mi casa del Paseo de las Palmeras. Y allí empezó mi idilio con ella, pues sin mucha cercanía en la infancia, nuestro reencuentro ya en época madura fue más cálido: me reía cuando compartía secretos conmigo, cuando me revelaba las travesuras con sus amigas y me enternecía cuando se preocupaba por mí o hablaba del abuelo como si acabara de irse a algún mercado de baratijas para regresar después.

Algún día íbamos juntos al Casino Militar a comer los menús del día, con la ensalada variada de regalo que nos sabía a gloria. Y otros días nos sentábamos a tomar pasteles en el Revellín. De mis tíos, madre y abuelo, Maite era el único rescoldo de la familia que aún seguía andando la calle Real y cruzando el Estrecho con regularidad.

Más tarde, cuando se marchó a Sevilla para estar más cerca de su hijo, mi tío, también me hospedó en su casa. Y como siempre pasa con las escaleras del tiempo, cuando nos deja alguien querido, me gustaría que volvieran a la vida los que se marcharon y, llenar nuestra ignorancia de historia reciente con lo mucho vivido por ellos. Porque con Maite se va un pedacito de La Legión, de Ceuta y de Casino Militar, de aquella época elegante, en la que Ceuta era el cornetín de España, la infantería del país y una generación de luchadores que nos va dejando huérfanos.

Descanse en paz mi querida Maite.