OBITUARIO
Hacía
al menos seis años que no volvía a Ceuta, y aunque sea con el pensamiento y la
palabra, hoy lo hago desde mi lugar de residencia, China, para rendir homenaje
a la que fue mi segunda abuela materna, no la madre de mi madre, pero sí la mujer
que despidió a mi abuelo el coronel Ligüeri en 2002, su mujer durante la
infancia, adolescencia y edad adulta de mis tíos y mi madre. De mi abuelo usé
su apellido como seudónimo para publicar mis fotos como reportero en aquellos
maravillosos años que pasé en Ceuta como periodista en El Pueblo de Ceuta. Y
ella me recriminó un día que atribuí a mi abuelo el cargo de ex coronel de la
Legión. Y ella me corrigió, con razón: “No es ex coronel, porque nadie lo echó
ni se marchó, tu abuelo es antiguo
coronel”.
Llegué
a Ceuta en plena primavera de mi vida, en 2007, con tan solo 23 años. Me alojé
en un par de pensiones esperando a que mi abuela Maite Ariño me hospedara en su
casa cuando regresara de Fuengirola. Allí tenía una casa donde solía pasar
temporadas jugando a la Brisca con sus amigas, abriendo en la incipiente
senectud los cajones de la memoria en donde se guardan los capítulos de la
lozanía: los maridos que ya no estaban, las etapas de Ceuta en donde los
militares daban lustre a Casinos Militares, calles Reales y Revellín, entre
Hacho, barquillas y domingos de García Aldave con Banderas llenas de
legionarios de barba y duros como el coñac. Y entre picantes comentarios y
alguna copa de whisky se iban bebiendo los días entre Fuengirola y Ceuta. Y
después de dos días despistado en Ceuta llegó ella y me alojó en su casa de la calle Ingenieros, en la que dormí por última vez hace casi 10 años y de la que me
fui sin despedirme, como un día más de camino a la redacción de El Pueblo en la
Rivera y a punto de mudarme a mi casa del Paseo de las Palmeras. Y allí empezó
mi idilio con ella, pues sin mucha cercanía en la infancia, nuestro reencuentro
ya en época madura fue más cálido: me reía cuando compartía secretos conmigo,
cuando me revelaba las travesuras con sus amigas y me enternecía cuando se
preocupaba por mí o hablaba del abuelo como si acabara de irse a algún mercado
de baratijas para regresar después.
Algún
día íbamos juntos al Casino Militar a comer los menús del día, con la ensalada
variada de regalo que nos sabía a gloria. Y otros días nos sentábamos a tomar
pasteles en el Revellín. De mis tíos, madre y abuelo, Maite era el único
rescoldo de la familia que aún seguía andando la calle Real y cruzando el
Estrecho con regularidad.
Más
tarde, cuando se marchó a Sevilla para estar más cerca de su hijo, mi tío,
también me hospedó en su casa. Y como siempre pasa con las escaleras del
tiempo, cuando nos deja alguien querido, me gustaría que volvieran a la vida
los que se marcharon y, llenar nuestra ignorancia de historia reciente con lo
mucho vivido por ellos. Porque con Maite se va un pedacito de La Legión, de
Ceuta y de Casino Militar, de aquella época elegante, en la que Ceuta era el
cornetín de España, la infantería del país y una generación de luchadores que
nos va dejando huérfanos.
Descanse
en paz mi querida Maite.