miércoles, 16 de diciembre de 2015

La ¿imparcialidad? De ‘El español'

Soy periodista de carrera licenciado en la misma universidad que mi  admirado Pedro J Ramírez. Me suscribí a El español otorgando un premio a la valentía y la pasión de su equipo más que por la búsqueda de una calidad de información o revelación de noticias que no pudiera encontrar en otras cabeceras digitales destacadas. Y reconozco que he encontrado en este periódico una estética vanguardista, fresca y de una tipografía eficaz que invita a la lectura. Reconozco que en este mes de suscripción he disfrutado una decena de buenos artículos (muy aplaudidos los de Kiko Llaneras) y que he abierto cada mañana, en China, el periódico para leerlo en la cama como desayuno.

Soy de Pedro J., su curiosidad contagia de inconformismo y voracidad a sus compañeros, sean de una u otra ideología: aspiran a destapar los bajos fondos de la política nacional y han marcado la agenda del Parlamento en España en multitud de ocasiones. Uno de sus últimos capítulos sonados concernía a los sms de Bárcenas y Rajoy. Sin embargo, vengo observando estupefacto, y me negaba a creerlo, que Pedro J está vertiendo en este periódico una frustración concebida hace más de un año en su última etapa en 'El mundo'. Su sesuda investigación contra el Gobierno desembocó en una inevitable ruptura con el presidente. Pero su fortuita salida del periódico que él fundó ha derivado en una digestión mal hecha que está afectando a la sustancia de su nueva cabecera y a quienes le admiramos.

He sido votante del PP de siempre, más por animadversión a la izquierda rancia española que por una militancia con los populares. Y en esta ocasión votaré a Ciudadanos, porque enarbola la bandera del liberalismo en detrimento de las derechas o izquierdas. No obstante, reconozco que Mariano Rajoy, que aun estando salpicado por la corrupción y habiendo abusado de endeudamiento, ha conseguido devolver a España el esbozo de una sonrisa, sobre todo en aquellos que no piden limosna, sino que generan dinero en este país, empresarios medianos y pequeños, los contribuyentes más leales a la causa y los más castigados.

Y tengo la sensación de que El español ha abusado de un exceso de amarillismo, de un exceso de linchamiento contra Rajoy y ha sacado los pies del tiesto para caminar en la delgada línea del equilibrismo entre rigor y chabacanería. Después de varios artículos y cartas del director de engolada crítica, estos últimos días ha reprobado hasta el desuello a Rajoy por su precipitada comparecencia en los ataques en Kabul y, este martes, como gota que colma el vaso, asegura que Sánchez, el peor oponente de la historia de la democracia, ha ganado un debate en el que sucintamente ha detallado vagas ideas de gobierno, en el que ha demostrado su baja altura política y en el que ha puesto en ridículo al PSOE. Aquí se demuestra que de aquellos barros estos lodos, y que Zapatero ha dejado una herencia de pésima calidad no solo para España, sino para unos cachorros ya crecidos.


Quizá me equivoque y mi distancia en kilómetros, que no en amor, con España o el contagio de otros aires me desconcierten, pero ahora, cada mañana, el desayuno con El español sabe cada vez peor, porque ha perdido su capacidad de sorprender y carece de imparcialidad, un coágulo peligroso para quien aspira a arbitrar nuevamente desde las cenizas el Tribunal de la Opinión Pública.

martes, 1 de diciembre de 2015

Dentífrico Rivera

Los expatriados somos afluentes de ríos de ideas frescas que provienen de Europa, de América o de Asía y que desembocan en la laguna de España. Escribo desde mi vigésimo séptimo piso de un rascacielos de la nueva zona de viviendas de extranjeros de la ciudad de Guangzhou, la fábrica del mundo (no se si todavía aún), en China. 

Siglos atrás, los españoles, cuando todavía marcábamos pautas, salíamos al mundo para evangelizar. A día de hoy salimos para lo contrario, tomar el pulso del exterior y devolverlo a España como regadío de vanguardias cada vez que regresamos en distintas épocas del año. Aparte de nuestro cometido de empresarios o puntas de lanzas de empresas españolas en el exterior, nuestras función social se basa en generar en nuestro país nuevos puestos de trabajo, mantener los que hay y, sobre todo, comunicar aquellas corrientes positivas que se dan en nuestros países de acogida y que podrían ser aplicables en España. 

Y con esta suerte de quien ve más allá de las fronteras, con esos ojos abiertos, los oídos afilados y el sentido despierto, enfrentamos el pulso cotidiano a las exposiciones de nuestros políticos. Y encontramos a un Iglesias con una retorcida palabra sofista anquilosada en tiempos de sombreros de bombín; a un Pedro Sánchez que avanza tampoco como el hámster en la rueda de su jaula; y a un Rajoy menguado por las mordidas de sus compañeros y fosilizado en economías liberales de vitrina. 

Sin embargo, cuando Rivera interviene nos da la sensación de que acudiera a alguna de las muchas tertulias que los expatriados mantenemos fuera de España, en donde se habla de una educación basada en valores más allá de formación, al estilo japonés, con maestros como máxima autoridad y funcionario mejor retribuido, porque la valía de nuestros empresarios en el 2050 depende de la calidad del profesorado; o le oímos hablando de lenguas que sumen y no que enfrenten; o pone el acento en los empresarios que con humildad, coraje y sin fines de semana se curten para generar beneficios, puestos de trabajo directo, indirecto y consumo. 

Los que andamos en los 30-40 vemos en Rivera pasión, percibimos en su discurso, sensatez y sentimos en sus ideas, libertad. Si Iglesias supone el enchufe que trasvasa la limosna al estómago agradecido; si PP y PSOE se arrogan los votos de parados y jubilados, jubilados y parados, Ciudadanos es el dentífrico que nos permite soñar con una España moderna, libre y fresca.