Soy periodista de carrera licenciado en la misma
universidad que mi admirado Pedro J
Ramírez. Me suscribí a El español otorgando un premio a la valentía y la pasión
de su equipo más que por la búsqueda de una calidad de información o revelación
de noticias que no pudiera encontrar en otras cabeceras digitales destacadas. Y
reconozco que he encontrado en este periódico una estética vanguardista, fresca
y de una tipografía eficaz que invita a la lectura. Reconozco que en este mes
de suscripción he disfrutado una decena de buenos artículos (muy aplaudidos los
de Kiko Llaneras) y que he abierto cada mañana, en China, el periódico para
leerlo en la cama como desayuno.
Soy de Pedro J., su curiosidad contagia de inconformismo
y voracidad a sus compañeros, sean de una u otra ideología: aspiran a destapar
los bajos fondos de la política nacional y han marcado la agenda del Parlamento
en España en multitud de ocasiones. Uno de sus últimos capítulos sonados
concernía a los sms de Bárcenas y Rajoy. Sin embargo, vengo observando
estupefacto, y me negaba a creerlo, que Pedro J está vertiendo en este
periódico una frustración concebida hace más de un año en su última etapa en
'El mundo'. Su sesuda investigación contra el Gobierno desembocó en una
inevitable ruptura con el presidente. Pero su fortuita salida del periódico que
él fundó ha derivado en una digestión mal hecha que está afectando a la sustancia
de su nueva cabecera y a quienes le admiramos.
He sido votante del PP de siempre, más por animadversión
a la izquierda rancia española que por una militancia con los populares. Y en
esta ocasión votaré a Ciudadanos, porque enarbola la bandera del liberalismo en
detrimento de las derechas o izquierdas. No obstante, reconozco que Mariano
Rajoy, que aun estando salpicado por la corrupción y habiendo abusado de
endeudamiento, ha conseguido devolver a España el esbozo de una sonrisa, sobre
todo en aquellos que no piden limosna, sino que generan dinero en este país, empresarios
medianos y pequeños, los contribuyentes más leales a la causa y los más
castigados.
Y tengo la sensación de que El español ha abusado de un
exceso de amarillismo, de un exceso de linchamiento contra Rajoy y ha sacado
los pies del tiesto para caminar en la delgada línea del equilibrismo entre
rigor y chabacanería. Después de varios artículos y cartas del director de
engolada crítica, estos últimos días ha reprobado hasta el desuello a Rajoy por
su precipitada comparecencia en los ataques en Kabul y, este martes, como gota
que colma el vaso, asegura que Sánchez, el peor oponente de la historia de la
democracia, ha ganado un debate en el que sucintamente ha detallado vagas ideas
de gobierno, en el que ha demostrado su baja altura política y en el que ha
puesto en ridículo al PSOE. Aquí se demuestra que de aquellos barros estos
lodos, y que Zapatero ha dejado una herencia de pésima calidad no solo para
España, sino para unos cachorros ya crecidos.
Quizá me equivoque y mi distancia en
kilómetros, que no en amor, con España o el contagio de otros aires me
desconcierten, pero ahora, cada mañana, el desayuno con El español sabe cada
vez peor, porque ha perdido su capacidad de sorprender y carece de
imparcialidad, un coágulo peligroso para quien aspira a arbitrar nuevamente
desde las cenizas el Tribunal de la Opinión Pública.