domingo, 3 de marzo de 2013

A España le falta ser más pija



Tuvimos una historia turbulenta el siglo pasado, pero varios siglos antes fuimos la avanzadilla del mundo. Hoy día, salvo en el fútbol, sucedáneo de las guerras en la actualidad, en todo lo demás, España va a remolque de una dictadura que nos secó durante 36 años, pero que de no haber sido así, quizá todavía estaríamos encerrados en combates internos o montañas rusas como las que asolan a países latinoamericanos tales como Argentina o Venezuela.



El aceite español, relegado a una esquina del último anaquel de un lineal en Hong Kong. Diseño más pobre que el de los italianos. Sin embargo, se observa como las botellas españoles llevan unos collarines explicativos de las cualidades del aceite español.






Nuestros productos agroalimentarios, sector que me ocupa este año en el sur de China, andan al rebufo de otros países que han conseguido con el marketing lo que resulta imposible transmitir a través del mero argumento de la calidad.

En China, como sucede en prácticamente el resto del mundo, los vinos franceses 'adulterados' siguen copando los lineales de los supermercados más prestigiosos, simplemente porque su etiqueta escrita al estilo gótico con letra ladeada, fina y alargada transmite a sus productos antigüedad, castillos góticos, arte, cultura e historia entre otras muchos adjetivos. Y digo adulterados, porque el sol que baña nuestra España aporta a las uvas los azúcares que ellos no consiguen para darle a sus vinos los grados de alcohol que necesitarían. Por eso añaden azúcar o saltan a la parcela española para comprar a hurtadillas nuestras uvas y mejorar sus caldos con sus cabernet souvignon, merlot o shiraz con los que sacan pecho y riegan las copas de tantos banquetes chinos, canadienses y estadounidenses. Es la llamada chaptalización, prohibida en países como España, cuyas producciones de uva son envidiadas por el resto del mundo y que, salvo en casos de muy mala cosecha, prohíbe los añadidos. De hecho, somos el único país del mundo capaz de producir todos los registros de uva conocidos. Nadie puede ibtener el rendimiento de la uva palomino que tanto importaron los ingleses en forma de vino generoso, los famosos Jerez/Sherry son solo nuestros.






El envoltorio dorado engaña a los chinos que se dejan llevar por la apariencia





Para que se hagan una idea, el vino español ocupa espacios residuales en las estanterías de las tiendas gourmet de Hong Kong y China. El chino siempre preguntará al español por precio.

Aunque se trate de otro producto, sirva esta anécdota. Hace unos días, un chino que quería aceite de oliva en monodosis para distribuir en aviones y restaurantes se encasilló en que el precio de cada unidad fuera menor a dos yuanes (0,245 EUR +-) y era tanto su encasillamiento que nos aseguró que el contenido del envase le era indiferente. Podíamos rellenar las minidosis con aceite refinado si ello fuera necesario con tal de obtener un precio inferior a dos yuanes. Con el vino, las demandas por precio se acentúan. Para qué pagar por un vino español lo mismo que podría pagar por un vino francés cuando sé que un vino francés se vende con mucha más facilidad que uno español. De ahí que muy pocos quieran vinos españoles por encima del euro o dos euros la unidad a precio CIF (entrega en puerto de destino previo al pago de aranceles). De ahí que muy pocos hoteles y restaurantes de clase alta incluyan vinos españoles en sus cartas. Dicen los entendidos que los jóvenes hongkonitas se sienten cada vez menos atraídos por el vino francés, al que ven desfasado y demasiado maduro. Por eso, entre los jóvenes, auténticas corrientes de estado, consumir vinos extranjeros de otras procedencias se entiende como una moda de escaparate a la que sumarse. Pero en China, que va con 15 años de retraso sobre Hong Kong, hay que tomar acciones de inversión para cambiar la percepción que sobre el vino español se tiene. Y eso solo se consigue con dos herramientas: marketing y paciencia.



Y, afortunadamente, tenemos el viento a favor. Robert Parker predice (http://www.foodandwine.com/articles/parker-predicts-the-future) que los vinos españoles reúnen todos los requisitos para convertirse en los más apreciados mundialmente. Según el gurú y experto en vinos los españoles por fin se han esmerado por sacar el máximo rendimiento a sus terrenos. Curiosamente, el hecho de que tengamos un clima más seco y una orografía más abrupta que otros países aledaños ayuda a que consigamos uvas con mayor concentración de matices después de una maduración óptima. La cantidad de uvas generadas por una vid está reñida con la calidad de la misma. A más uva, menor calidad.



Pero mientras que los franceses y los italianos se han hecho ricos vendiendo productos cuyo envase y áurea vale más que el interior, nosotros tenemos que conformarnos con vender la lolita, el toro y el traje de lunares en las etiquetas. Y así, conformándonos con regalar las producciones de vinos, vendimos en su momento a Italia nuestra madre: el aceite de oliva italiano ocupa el 80% de los lineales de los supermercados de clase más alta en Hong Kong. Botellas refinadísimas que se aprovechan del magnífico trato que le dan al cristal en la región del Véneto sitúan al aceite al frente de un sector en el que apenas tienen producción para abastecer a su propio país. Sin embargo, con aceitunas españolas procesadas, los italianos van vendiendo aceites por el mundo como números uno, léase Estados Unidos o China. Muchos años más tarde los españoles les hemos arrebatado este primer puesto, casi pidiendo permiso. Y menos mal que al final podemos presumir de contar con la mina de oro líquido más importante del mundo y obtenemos el puesto que debemos, aunque con sudor y sacrificio de por medio.


Aunque nos creamos un país hundido y sin talento, estamos desperezándonos por fin, despertándonos de este letargo y acicalando nuestras joyas: contamos con una tierra envidiable, un sol eterno y un mar que templa nuestro carácter. Solo nos va mal en una cosa, la longevidad. Como las catedrales europeas, nuestra población comienza a ser cada día más vieja y, por tanto, nuestra capacidad de producción se ve mermada por una población mayor a la que mantener. Europa corre el riesgo de convertirse en el gran museo del mundo. Los parados no son preocupantes, porque, salvo en épocas como las de ahora, en las que personal que no se ha reciclado queda inútil una vez muerto el sector, los demás son parados estacionales que se aprovechan de las ayudas como trampolín para saltar a una etapa más lozana. También hay jóvenes que por falta de formación quedan inhábiles en momentos de anquilosamiento económico.



Por su parte, los españoles en edad de crecimiento laboral han comenzado un proceso de expatriación obligado, que no exilio. Las condiciones de emigración son muy distintas a las de antaño y ahora solo nos separa de casa el tiempo del transporte, el jet lag, las croquetas de jamón y el puchero. Para todo lo demás podemos valernos con nuestro aprendizaje, un poco de inglés y skype.



A partir de ahora, cada año vamos escalando posiciones en la clasificación de cualquiera de los sectores en los que tenemos potencial. Sucede no solamente en el agroalimentario, sino en otros que requieren de ingeniería. Sectores como el tecnológico y otros que exigen conocimiento están encontrando en el extranjero el dinero que en España les hace falta para llevar a cabo sus proyectos. No importa. Es cuestión de tiempo. Nuestra materia prima es mejor que la de muchos países. Solo hay que vestirla bonita, a través del marketing. España, lo queramos o no, es uno de los 10 mejores países del mundo para vivir. Nuestra corrupción es una migaja en el mundo; contamos con carreteras novísimas que cubren todo el territorio, nuestra red ferroviaria está catalogada como la mejor del mundo y Estados Unidos se ha fijado en nuestro Ave para polinizar sus estados con un tendido ferroviario del que carecen; nuestro país está a la cabeza de países receptores de turistas; si consideramos al fútbol como sucedáneo de la guerra pretérita, también estamos a la cabeza. Desde luego hay muchas cosas que mejorar, entre otras, disputas internas enconadas que son los coletazos de un franquismo que no termina por el egoísmo de quienes quieren hacer de una cultura un coto privado de caza. Italia, un país más moderno que el nuestro y con verdaderas diferencias culturales internas, funciona como un matrimonio pijo; deja la mierda en casa y de puertas al extranjero saca su mejor sonrisa, porque una sonrisa conquista a cualquiera. Nosotros, todavía en fase artesanal, no canalizamos bien nuestra porquería interna y la vertimos al exterior, aunque cada vez más, los empresarios internacionalizados, como el matrimonio pijo, advierten a su pareja de que seguir con el escándalo público perjudicaría la reputación de familia perfecta que se necesita para los negocios.




Aparte de estas legañas y las manos largas de la monarquía y unos políticos poco viajados, tenemos todos los recursos para liderar el comercio internacional.




Novedosos frascos italianos para presentar un aceite gourmet