domingo, 11 de agosto de 2013

España no está en crisis


"China es un elefante que crece a la velocidad de un antílope, mientras que el resto del mundo es un antílope que corre a la velocidad de un elefante"


España no está en crisis, sino sumida en un letargo de subvenciones y ayudas que levantaron la economía hasta su cima en mitad de la década pasada. Ahora, sus ciudadanos caen irremediablemente desde la cima de una montaña que para unos queda más alta que para otros. Ciertos empresarios y trabajadores, previendo esa cara menos amable de la montaña se refugiaron en trincheras desde las que atisban ahora el descorrimiento ladera abajo de miles de familias y políticos de buena y mala fe.

Las crisis son para quienes escalaron por méritos propios y España lo hizo espoleado por agentes externos. Y a España ahora le toca afrontar la realidad para evitar este sufrimiento; remangarse las manos y trabajar el doble que el resto, a horas intempestivas, callar y producir; perdonar a quienes no lo hacen y transmitir esa aptitud disciplinada por medio del trabajo a modo de ejemplificación.

En mi mente anidan cada vez más conceptos de otra cultura, especialmente la china, pero regada en realidad por personas provenientes de decenas de países que la impregnan de una personalidad fuerte y receptiva regida por las normas y costumbres locales. Todos estas personas llegan a China por la misma razón, negocios. Nadie viene a China porque sea un país hospitalario para con sus huéspedes, sino aceptando una aventura de meses o años que permitirá a sus matrices conseguir réditos a través de un mercado que crece a un ritmo veloz inalcanzable para el resto del mundo. China es un elefante que corre a la velocidad de un antílope, mientras que Europa es un antílope que corre a la velocidad de un elefante.

Por otro lado, fabricar en China sigue siendo eficiente, no solo por la razón monetaria, sino porque la calidad de sus artículos cada vez es más satisfactoria. A pesar de que la mano de obra se encarezca en la costa este, su vasto interior empieza ya a asumir trabajos de menos cualificación pagados al mismo precio que en Vietnam o Indonesia y que hace unos años en China. Al final, uno acaba interiorizando las reglas de juego del entorno en el que vive y ese entorno mío es China y, más aún, el Sudeste Asiático y, por ende, el mosaico de matices de un resto del mundo al que accedes por el contacto con un entorno humano distinto del que creciste.

Dentro de este mundo global, y haciendo una analogía con la anatomía humana, España se limita a ser un órgano más del cuerpo. Si hiciéramos una comparación entre la anatomía humana y los países, podríamos decir que Sri Lanka no sería más que un grano en la superficie de este cuerpo. Por su parte, España conseguiría más protagonismo, siendo un radio, un cúbito o un esternón. Es decir, un elemento importante de este mundo, pero no vital. Si valoramos a ciudades como Cádiz, entonces, hablaríamos de un poro de la piel o un vello capilar, por mucho que el ciudadano gaditano sea peculiar o considere su porción de tierra como el centro del universo. Sin embargo, hay otros países, otras ciudades cuyo funcionamiento suponen una especial importancia para el resto del cuerpo -o del mundo-. Hablamos de países como Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Italia, Rusia, India, Australia, Japón, Brasil, Turquía; o demarcaciones casi continentales, como sería el África negra, el Golfo Pérsico o los países musulmanes de oriente próximo u occidente. En este conglomerado se encuentran todos los órganos vitales del cuerpo, el corazón, el cerebro, los pulmones, el riñón, el hígado, la sangre, las venas o el bazo. Estos países representan una categoría que España alcanzó durante el gobierno de Aznar, pero que rápidamente perdió. Para ir concretando más, la basura política que se almacena en los telediarios, en los periódicos y en las conversaciones de la calle huele a miles de kilómetros de distancia. Ese hedor causa un alejamiento del resto de órganos importantes y de las células que en ellos habitan, sus ciudadanos, hacia España. Solamente nuestro sol, nuestras playas y paisajes consiguen reunir a extranjeros dentro de sus fronteras, pero con un sólo propósito, el turismo.

Aterrizo en España y mi primera parada es la Costa Brava. Uno pasa por allí y no encuentra hueco en sus edificios sin banderas catalanas impostadas a causa de una dictadura silenciosa, enfermiza y pija que como la artrosis, disminuye el resto de articulaciones del país. Días más tarde bajo a Málaga y escucho el silencio de una ciudad que, como muchas otras ciudades, dormita por el verano y que prefiere soñar en clave de queja a levantarse y reivindicar su dignidad del trabajo. Y finalmente acabo en Cádiz, en un lugar donde cada genio actúa como satélite implorando derechos y sin aportar ideas comunes o capacidad de sacrificio para mejorar.

Y para colmo, los españoles que se encuentran con fuerzas para trabajar se topan con una ley cicatera que desanima al emprendedor, que es más condescendiente con el trabajador que con el empresario, y con unos políticos que se quedan con ese dinero limpio y honrado que los trabajadores y los empresarios ganan para pagar cada mes los gastos públicos de un estado social del que todos podemos beneficiarnos.

Por otro lado, España representa la pasión, es el faro de la alegría del mundo. El rostro de una bailaora en pleno arte no tiene parangón. Y las pasiones y la energía, tanto de su gente como de sus cielos, atraen a millones de turistas cada año, tanto, que somos uno de los cinco países que más turistas recibe. Desgraciadamente, los domingos no abren las tiendas o tenemos casi tres meses de verano en los que el país trabaja con servicios mínimos, por culpa de unos sindicatos que han recibido demasiados caprichos de una democracia condescendiente que se desbordó dando derechos sin exigir apenas obligaciones. Y quizá nadie tenga la culpa, quizá sea solo causa de un clima que aplatana a la población.

Sin embargo, lo que queda por venir son logros. Los niños de la generación perdida se han ido al extranjero a encontrarse y a alimentar todos esos conocimientos que, mejor o peor, aprendieron en sus colegios y universidades. Toda esa materia prima será devuelta a España como producto terminado, porque nadie olvida de donde viene y por qué son como son, por mucho que ahora huyan de un país apestado. De ahí que debates tan pueriles como las independencias, o acciones tan adolescentes en Cataluña, País Vasco o Galicia de gente que se limita a su televisión regional para evitar contacto con el resto de los leprosos (no olvidemos que ellos son también portadores de esa lepra) generen más contaminación en España de la que ya hay.


Cuando uno se va fuera y vive con españoles que persiguen el bienestar además de devolver a su país parte de la dignidad perdida, esa pluralidad tan políticamente correcta de España se transforma en singularidad de un país muy diferente con el resto de países. En el extranjero los corruptos se desprecian por inservibles y los debates repetitivos de política se evitan. Para qué. Al fin y al cabo, un empresario español, bien sea en el extranjero o en España, solo percibe tres cosas de la política: que paga muchos impuestos, que existe una gran pantalla opresora para el crecimiento y que el dinero por cargas fiscales que pagan lo aprovechan políticos de mucha y poca monta que salen de viveros de vividores. La mayoría de ellos perdieron la ética cuando todavía enseñaban dientes de leche en su carrera política. Los empresarios, por su parte, se centran en desarrollar planes estratégicos para remar en una dirección que acabe por generar riqueza. Lastimosamente, los políticos españoles y la sociedad aletargada anclada en la queja añaden piedras a aquellos que se encargan de remar.

lunes, 27 de mayo de 2013

Cuando los hábitos cambian


*Primer artículo a publicar en El Independiente de Cádiz, último diario nacido en la capital gaditana. Dedicado a mi tía Mercedes, que me sigue fiel desde Ferrol y a la que espero ver pronto.


Grupo de españoles y chinas de la Oficina Económica y Comercial de España en Cantón tras
recibir el último envío de Cola Cao. De izquierda a derecha: Mina, yo (arriba), Jonan, Sergio, Amy y Alegría.

La leche. Las magdalenas. El Cola Cao. ¿Qué desayuna uno en China? Mejor dicho, qué desayuna uno en Guangzhou. El desayuno, una rutina resuelta antes de andar y que de repente se convierte en problema. ¿Guangzhou? Una ciudad al sur de China que sonará a nueva para el 95% de los que acaban de leer. Y cuyo 5 por ciento restante no lo pronunciará correctamente en pinyin. "¿¿Lo qué?? ¿¿Pinyin??" ¿Que qué es el pinyin? El alfabeto creado para leer los caracteres al modo occidental. Un invento de Mao. ¿¿Mao?? Por favor.

Semanas antes de volar a China debes sentarte y reflexionar, aunque no te acuerdes de cómo se hacía eso. Y priorizas las contingencias que sin remedio hay que resolver o dejar medio resueltas. El banco, cómo conseguir sacar dinero sin que te quiten un euro por comisiones. Hay opciones. Las hay, de verdad. El piso, con quién vas a vivir. Me meto con un chino para aprender el idioma o me relajo un poco y voy a lo seguro. Un occidental. Mejor español. En qué zona vivir. Lees los foros de los extranjeros, el Facebook. Escarbas y encuentras. El teléfono. El gazpacho de Blackberry con internet y China no funciona. Has de cambiar de teléfono si vienes con Blackberry. Yo lo hice y qué acierto. Los extranjeros, en qué barrio viven. Mejor dicho, los occidentales, porque no es lo mismo un extranjero de Siria que uno de Italia. El metro. Las conexiones. La oficina en la que vas a trabajar. Las vacunas. Llegar del aeropuerto a tu casa el primer día. No es moco de pavo, porque te preguntas, ¿habrá alguna indicación dentro del metro en inglés, o vendrá todo en caracteres tal y como pasa en Bulgaria con el cirílico? Y si cojo un taxi. He leído que hay ilegales. Mejor evitarlos. Y además, ¿cómo le digo al taxista dónde quiero ir si no sé hablar chino? Reconócelo, da miedo.

Llegas a China y te das cuenta de que todo eso que has resuelto, que te había dejado en paz con tu mente, se convierte en una cuestión menor. Hay que desayunar. Y entonces vas al supermercado la tarde en la que llegas, con un aturdimiento de diferencia horaria que deja a tu cerebro con las constantes vitales. Y cuando vas a la estantería de los dulces para comprar magdalenas, te das cuenta de que, no solo es que no haya magdalenas, sino que no existe el chocolate. No hay productos de chocolate. En una estantería escondida descubres que hay Oreos y Chips Ahoy. Dos inventos americanos que asaltaron los Supersoles y Carrefoures de España y que han llegado hasta China con un envoltorio que, aunque sepas que son Oreos, te hacen dudar, porque no estás acostumbrado a leerlo en 'hanzi', o sea, caracteres chinos. ¿Y la leche? Cuesta dos euros. Porque de la china no te fías. Porque cuando estabas en Cádiz los días previos al viaje, nervioso, te informaste sobre China y descubriste que, una vez al trimestre, hay un escándalo alimenticio ocasionado por su leche. Y es esa leche sospechosa la única que en precios se asemeja a la de tu Mercadona. Buscas y encuentras leche extranjera. De Nueva Zelanda, de Australia, de Alemania, de Francia. No está la Asturiana. ¿Por qué no hay leche española en China? Tema aparte que podría ocupar un artículo entero. Pero ni la hay, ni la habrá. Miras el precio de la leche extranjera, que asciende hasta los 20 o 28 yuanes. Más de 2,5 euros un cartón. Incluso 3 euros. Y cuando te compras la leche y vuelves a tu casa, recuerdas que no tienes Cola Cao. Y, si vuelves al supermercado chino a buscarlo, no lo verás, porque vives en Cantón. ¿¿Cantón?? Sí. La fábrica del mundo. Una provincia china de más de 100 millones de habitantes cuya extensión es más de media España y su capital es Guangzhou. Un amasijo de polución que ciega el horizonte a diario. Resulta que Cola Cao, o Gao le Gao (su pronunciación en pinyin, que significa Alto Feliz Alto), lleva 20 años en China, y está presente en todas las provincias chinas menos en Cantón.

Meses después de que pusiera pies en China en marzo, en pleno verano ya, intercepté un correo electrónico que hacía referencia a Cola Cao. Trabajaba por entonces en la Oficina Económica y Comercial de España en el Sur de China y el programa de TVE 'El Exportador' nos pedía contactos de empresas españolas establecidas en nuestra área de control, el sur. Me lo preguntaban a mí directamente porque, al estar encargado del departamento agroalimentario, podía ser más fácil dar con alguna empresa española. Abundan más las agroalimentarias que de cualquier otro sector. O quizá andan menos agazapadas. Aun así no di con ninguna del gusto de El Exportador, pero me quedé con el correo de Cola Cao, precisamente el de su máximo responsable en China, Joan Cornellá. Escribí con el alma, ni corazón ni cabeza. Le pedí explicaciones de por qué en Cantón tenía que estar pagando casi 6 EUR por un bote de Nesquick de 303 gramos mientras Cola Cao no se encontraba por ninguna parte. Cornellá me respondió, en un tono amistoso, que ese problema iba a resolverse. Me envió una caja llena de sobres de Cola Cao. A día de hoy, casi un año más tarde, aún me queda mercancía. Hace unas semanas, un compatriota español, el presidente de la Cámara de Comercio de España en el Sur de China, que acababa de llegar de Pekín de mantener unas reuniones de trabajo, me mandaba recuerdos, precisamente de parte de Joan. Aproveché la ocasión para devolverle el saludo y suplicarle más Cola Cao para la comunidad española.

Españoles por el mundo, el programa de la 1, nos hace pensar que el jamón es lo que más echamos de menos. Pero no es verdad. Lo que más se echa de menos, al menos en el sur de China, es el desayuno: las tostadas con aceite, el pan con paté y el Cola Cao. No hay pan de barra, salvo en barrios muy occidentales. El precio de una barra de pan es de 1,5 euros y tiene menos calidad que el pueden adquirir ustedes en el chino de la esquina del barrio de La Laguna a 30 céntimos. Pero sabe a gloria por su escasez. Como sucede con muchos otros productos, la simple apariencia occidental de algunos comestibles dobla el precio de productos que son de primera necesidad o de uso habitual para nosotros. El aceite de oliva virgen extra, por ejemplo. Uno de calidad normal: 10 euros. ¿Y saben cuál es el aceite que más se vende en China? El aceite Betis. Yo tampoco lo había visto en el Carrefour de mi barrio, pero aquí arrasa. No solo en las estanterías, sino en la televisión nacional, con campañas de publicidad notables. ¿La empresa? Una sevillana. ¿Y si les menciono Gullón? Una empresa galletera palentina que en España no debe copar ni siquiera un quinto del porcentaje de mercado que copa en China. En prácticamente cualquier supermercado, en cualquier tienda de conveniencia (las que abren 24 horas, como Seven Eleven o Family Mart), se pueden ver estas galletas españolas, en su forma digestiva, en forma de emparedado de chocolate, con pepitas de chocolate... Lo que quieras. Lo mismo con Gallo. Las pastas de toda la vida en nuestras casas. ¿A qué se debe el éxito de estas dos últimas marcas? A una potente empresa de distribución china con tentáculos en todo el país cuya oferta de productos españoles cubre el 80% de su catálogo. Una empresa de distribución que es el sueño para muchos españoles que quieren sacar el cuello de la asfixia europea.

Paradójicamente, cuando regreso a España por vacaciones y pasan varias semanas, empiezo a extrañar silenciosamente algunas costumbres chinas y parte de su gastronomía. Al fin y al cabo, adaptarse o no a un país y a sus hábitos depende más de la voluntad de uno que de las barreras del otro.

Cuando terminen de leer el periódico, saboreen el último sorbo de Cola Cao. Y no obvien, sin más, momentos como el de untar manteca colorá a una rebanada de pan de campo, comer un Bollycao a las seis de la tarde o acompañar con picos, ay los picos, una ensaladilla rusa. Porque la felicidad se esconde en cada uno de esos pequeños bocados.

domingo, 3 de marzo de 2013

A España le falta ser más pija



Tuvimos una historia turbulenta el siglo pasado, pero varios siglos antes fuimos la avanzadilla del mundo. Hoy día, salvo en el fútbol, sucedáneo de las guerras en la actualidad, en todo lo demás, España va a remolque de una dictadura que nos secó durante 36 años, pero que de no haber sido así, quizá todavía estaríamos encerrados en combates internos o montañas rusas como las que asolan a países latinoamericanos tales como Argentina o Venezuela.



El aceite español, relegado a una esquina del último anaquel de un lineal en Hong Kong. Diseño más pobre que el de los italianos. Sin embargo, se observa como las botellas españoles llevan unos collarines explicativos de las cualidades del aceite español.






Nuestros productos agroalimentarios, sector que me ocupa este año en el sur de China, andan al rebufo de otros países que han conseguido con el marketing lo que resulta imposible transmitir a través del mero argumento de la calidad.

En China, como sucede en prácticamente el resto del mundo, los vinos franceses 'adulterados' siguen copando los lineales de los supermercados más prestigiosos, simplemente porque su etiqueta escrita al estilo gótico con letra ladeada, fina y alargada transmite a sus productos antigüedad, castillos góticos, arte, cultura e historia entre otras muchos adjetivos. Y digo adulterados, porque el sol que baña nuestra España aporta a las uvas los azúcares que ellos no consiguen para darle a sus vinos los grados de alcohol que necesitarían. Por eso añaden azúcar o saltan a la parcela española para comprar a hurtadillas nuestras uvas y mejorar sus caldos con sus cabernet souvignon, merlot o shiraz con los que sacan pecho y riegan las copas de tantos banquetes chinos, canadienses y estadounidenses. Es la llamada chaptalización, prohibida en países como España, cuyas producciones de uva son envidiadas por el resto del mundo y que, salvo en casos de muy mala cosecha, prohíbe los añadidos. De hecho, somos el único país del mundo capaz de producir todos los registros de uva conocidos. Nadie puede ibtener el rendimiento de la uva palomino que tanto importaron los ingleses en forma de vino generoso, los famosos Jerez/Sherry son solo nuestros.






El envoltorio dorado engaña a los chinos que se dejan llevar por la apariencia





Para que se hagan una idea, el vino español ocupa espacios residuales en las estanterías de las tiendas gourmet de Hong Kong y China. El chino siempre preguntará al español por precio.

Aunque se trate de otro producto, sirva esta anécdota. Hace unos días, un chino que quería aceite de oliva en monodosis para distribuir en aviones y restaurantes se encasilló en que el precio de cada unidad fuera menor a dos yuanes (0,245 EUR +-) y era tanto su encasillamiento que nos aseguró que el contenido del envase le era indiferente. Podíamos rellenar las minidosis con aceite refinado si ello fuera necesario con tal de obtener un precio inferior a dos yuanes. Con el vino, las demandas por precio se acentúan. Para qué pagar por un vino español lo mismo que podría pagar por un vino francés cuando sé que un vino francés se vende con mucha más facilidad que uno español. De ahí que muy pocos quieran vinos españoles por encima del euro o dos euros la unidad a precio CIF (entrega en puerto de destino previo al pago de aranceles). De ahí que muy pocos hoteles y restaurantes de clase alta incluyan vinos españoles en sus cartas. Dicen los entendidos que los jóvenes hongkonitas se sienten cada vez menos atraídos por el vino francés, al que ven desfasado y demasiado maduro. Por eso, entre los jóvenes, auténticas corrientes de estado, consumir vinos extranjeros de otras procedencias se entiende como una moda de escaparate a la que sumarse. Pero en China, que va con 15 años de retraso sobre Hong Kong, hay que tomar acciones de inversión para cambiar la percepción que sobre el vino español se tiene. Y eso solo se consigue con dos herramientas: marketing y paciencia.



Y, afortunadamente, tenemos el viento a favor. Robert Parker predice (http://www.foodandwine.com/articles/parker-predicts-the-future) que los vinos españoles reúnen todos los requisitos para convertirse en los más apreciados mundialmente. Según el gurú y experto en vinos los españoles por fin se han esmerado por sacar el máximo rendimiento a sus terrenos. Curiosamente, el hecho de que tengamos un clima más seco y una orografía más abrupta que otros países aledaños ayuda a que consigamos uvas con mayor concentración de matices después de una maduración óptima. La cantidad de uvas generadas por una vid está reñida con la calidad de la misma. A más uva, menor calidad.



Pero mientras que los franceses y los italianos se han hecho ricos vendiendo productos cuyo envase y áurea vale más que el interior, nosotros tenemos que conformarnos con vender la lolita, el toro y el traje de lunares en las etiquetas. Y así, conformándonos con regalar las producciones de vinos, vendimos en su momento a Italia nuestra madre: el aceite de oliva italiano ocupa el 80% de los lineales de los supermercados de clase más alta en Hong Kong. Botellas refinadísimas que se aprovechan del magnífico trato que le dan al cristal en la región del Véneto sitúan al aceite al frente de un sector en el que apenas tienen producción para abastecer a su propio país. Sin embargo, con aceitunas españolas procesadas, los italianos van vendiendo aceites por el mundo como números uno, léase Estados Unidos o China. Muchos años más tarde los españoles les hemos arrebatado este primer puesto, casi pidiendo permiso. Y menos mal que al final podemos presumir de contar con la mina de oro líquido más importante del mundo y obtenemos el puesto que debemos, aunque con sudor y sacrificio de por medio.


Aunque nos creamos un país hundido y sin talento, estamos desperezándonos por fin, despertándonos de este letargo y acicalando nuestras joyas: contamos con una tierra envidiable, un sol eterno y un mar que templa nuestro carácter. Solo nos va mal en una cosa, la longevidad. Como las catedrales europeas, nuestra población comienza a ser cada día más vieja y, por tanto, nuestra capacidad de producción se ve mermada por una población mayor a la que mantener. Europa corre el riesgo de convertirse en el gran museo del mundo. Los parados no son preocupantes, porque, salvo en épocas como las de ahora, en las que personal que no se ha reciclado queda inútil una vez muerto el sector, los demás son parados estacionales que se aprovechan de las ayudas como trampolín para saltar a una etapa más lozana. También hay jóvenes que por falta de formación quedan inhábiles en momentos de anquilosamiento económico.



Por su parte, los españoles en edad de crecimiento laboral han comenzado un proceso de expatriación obligado, que no exilio. Las condiciones de emigración son muy distintas a las de antaño y ahora solo nos separa de casa el tiempo del transporte, el jet lag, las croquetas de jamón y el puchero. Para todo lo demás podemos valernos con nuestro aprendizaje, un poco de inglés y skype.



A partir de ahora, cada año vamos escalando posiciones en la clasificación de cualquiera de los sectores en los que tenemos potencial. Sucede no solamente en el agroalimentario, sino en otros que requieren de ingeniería. Sectores como el tecnológico y otros que exigen conocimiento están encontrando en el extranjero el dinero que en España les hace falta para llevar a cabo sus proyectos. No importa. Es cuestión de tiempo. Nuestra materia prima es mejor que la de muchos países. Solo hay que vestirla bonita, a través del marketing. España, lo queramos o no, es uno de los 10 mejores países del mundo para vivir. Nuestra corrupción es una migaja en el mundo; contamos con carreteras novísimas que cubren todo el territorio, nuestra red ferroviaria está catalogada como la mejor del mundo y Estados Unidos se ha fijado en nuestro Ave para polinizar sus estados con un tendido ferroviario del que carecen; nuestro país está a la cabeza de países receptores de turistas; si consideramos al fútbol como sucedáneo de la guerra pretérita, también estamos a la cabeza. Desde luego hay muchas cosas que mejorar, entre otras, disputas internas enconadas que son los coletazos de un franquismo que no termina por el egoísmo de quienes quieren hacer de una cultura un coto privado de caza. Italia, un país más moderno que el nuestro y con verdaderas diferencias culturales internas, funciona como un matrimonio pijo; deja la mierda en casa y de puertas al extranjero saca su mejor sonrisa, porque una sonrisa conquista a cualquiera. Nosotros, todavía en fase artesanal, no canalizamos bien nuestra porquería interna y la vertimos al exterior, aunque cada vez más, los empresarios internacionalizados, como el matrimonio pijo, advierten a su pareja de que seguir con el escándalo público perjudicaría la reputación de familia perfecta que se necesita para los negocios.




Aparte de estas legañas y las manos largas de la monarquía y unos políticos poco viajados, tenemos todos los recursos para liderar el comercio internacional.




Novedosos frascos italianos para presentar un aceite gourmet


martes, 5 de febrero de 2013

Los licenciados son los obreros del pasado



¿No han pensado que el Partido Socialista Obrero Español debería pasar a llamarse Partido Progresista Licenciado Español? Lo de progresista, no porque lo sean, sino porque así se autodenominan, y lo de Licenciado, porque si antiguamente eran las fábricas los reactores de la economía, ahora lo son los licenciados, que trabajan a precio de obrero de hace 60 años.

De ahí me surge una reflexión. Si somos tantos los licenciados de esta España querida, ¿creen ustedes que todos ellos deberían cobrar por decreto por encima de 1.500 euros y no digo ya 2.000 como alguno exige? Entonces, si sabemos que eso no es posible, por qué los licenciados, políticos y opinadores populistas confunden en sus expectativas a la gran masa de estudiantes que salen de las universidades con un futuro mediocre por delante. Haciendo cálculos a ojo de buen cubero. Pongamos por ejemplo la profesión de periodista. Solamente el 30% de los licenciados en Periodismo ejercen como tal. ¿A qué se debe? A que el 70% ha rehusado a conformarse con los 1.000 euros de rigor y desechan convertirse en un SSD (Soltero, Separado o Divorciado). De ese 30% restante, tan solo el 1% ocupa cargos que le permiten mantener una vida de clase media alta, una vida a la que, seamos sinceros, a todos nos gusta más que la de media baja. Con los abogados, qué sucede. Más de lo mismo. Y con los licenciados en Ade, también.

Para evitar frustraciones prematuras se ha creado una figura que permite a todos esos licenciados desengañados mantener un hilo de esperanza para unirse a esa clase media alta en un par de años. Me refiero a la figura del Master. Si alguien lo hubiera patentado, desde luego que se habría forrado. No hay mejor master que curtirse al sol, con la espiocha y el martillo, picando dentro de una oficina, trabajando a deshoras sin recibir pagas extras, aprendiendo callado y proponiendo nuevos proyectos desde la humildad. La proactividad es el mejor arma para luchar contra esos tan despiadados empresarios y esa greña competidora que persigue nuestros mismos intereses. Un licenciado debe empezar su camino con dos herramientas imprescindibles para triunfar en su profesión, son dos materias primas que se mencionan a diario, pero que sólo relucen en unos pocos, se llaman trabajo y educación. Y la educación comienza por la mañana temprano, cuando uno va a la ducha, se asea y elige una ropa adecuada para asistir a su puesto de trabajo.

La ropa adecuada para un licenciado no es una ropa cómoda de llevar, sino una ropa cómoda para relacionarse con los compañeros de trabajo, clientes o personal de la oficina. Ya que no podemos ir a trabajar en pijama, por qué quedarse a la mitad y llevar camisas con botones descosidos, las uñas largas, zapatillas deportivas o calcetines de deporte. Y, segundo, el trabajo. Trabajar duro es la mejor medicina para la apatía. Quejarse es de clase media y sólo sume a uno en su propio vómito interno. Hay que levantar ladrillos, que son los informes; hay que picar la piedra, que son las respuestas inmediatas a los correos electrónicos; y hay que pintar fachadas enteras, que son las negociaciones del presente. Los licenciados son obreros que trabajan tanto o más duro que los obreros del pasado. ¿A quiénes representan partidos como el PSOE o PP? A los obreros, a esa gran masa crítica instruida que muchas veces peca de la glotonería de saber, creyendo que en el conocimiento teórico encontrarán al empresario redentor que se admire de tan prolijo currículo. Mentira. El conocimiento presente se basa en el empirismo, tanto me das tanto vales. Si me traes clientes, vales; si me resuelves mis problemas, vales; si no me das problemas, vales; si me generas proyectos equilibrados, vales. Le pediría al licenciado y a sus padres filibusteros, los políticos "progresistas", que se detuvieran y se miraran a ellos mismos desde los ojos del empresario e hicieran el siguiente razonamiento. "Con una fila de indios licenciados en la puerta del bufete de abogados, dispuestos a comerse el mundo con 23 años recién acabada la carrera, qué extra me aportas tú salvo cuatro o cinco años pegado a la mesa del despacho para que yo te tenga que pagar más que al nuevo". El talento se demuestra andando, es decir, trabajando. En algunos, el talento brota de su inteligencia y de otros, de su fuerza de voluntad, una materia prima encerrada en cada uno de nosotros y que espera salir cuando se pula la piedra externa.

Todos aquellos que se quejan de los 600, de los 800 y de los 1.000 euros son unos quejicas. En este país, miento, en este mundo se cobra cuanto se vale. Messi no gana esa millonada porque es futbolista, la gana porque es un elegido dentro de la actividad social más practicada y amada del mundo, el fútbol. Tiene una mente privilegiada, que resiste a las tentaciones de la prensa, se afana por superarse, es ambicioso, compañero, ama a su club y respeta a su público jugándose la salud cada vez que intentan partirle las piernas. Pero sobre todo, porque da réditos, millones de euros de réditos a la empresa para la que trabaja. ¿Le pagarían eso solo porque es circo y arte? Y en ese caso, los mecenas. El resto de futbolistas de Primera división son otros tiburones, buenísimos, habilidosos y de mente dura, pero no son capaces de generar lo que genera Mesis, el más venerado, el Apple del deporte.

A nadie, miento, salvo a unos pocos hijos de papá que se han puesto las pilas para continuar con el negocio de su papá y a los que les va cojonudamente porque lo hacen igual de bien que su papá, le han regalado sus fortunas. Prefiero a esos hijos de papá que a esas filoxeras que se comen las plantaciones que otros cultivaron. Hasta el que gana la primitiva puede perder todo el dinero, aun siendo licenciado. Pero mentecato al fin y al cabo. Ya que ser licenciado no te exime de la necedad. Hastío producen términos como suerte o enchufismo cuando se escupen desde el estómago de la envidia. Nadie le dicta a nadie el destino de ganar 1.000 euros toda su vida, por eso nadie debe culpar a nadie de ganar sólo 1.000 euros. El campo es tan grande como tus posibilidades. Solo debes empezar a mover la tierra, cultivar y recoger si es posible. Y si no sale, volver a intentarlo en otro campo. Sin patrones, sin jefes, solo tú, tu soledad y tus enemigos. Pero tu cosecha, tus compradores y tus admiradores. De vicio nos quejamos de empresarios viles y aprovechados, cuando deberíamos agradecer a la empresa diariamente que confiaran en nosotros, que tomara el riesgo de perder lo que nosotros nunca arriesgamos y que nos diera esa posibilidad de demostrar que valemos 2.000 euros. Como en el mundo de la fauna, hay muchas especies, unas más desarrolladas que otras, unas más torpes y otras más listas. Así funciona la vida y algunos comenzarían a ganar cuando reconocieran su función en ésta. Si no, el ejemplo de los denarios de la parábola. Hubo quienes lo enterraron y hubo quienes lo multiplicaron.

Esto explica también el desconcierto que existe en este país, ya que el hecho de ser licenciado otorga un título que no tienen los graduados de ciclo superior, como si fueran nobles comiendo pan y los otros plebeyos comiendo carne. Al fin y al cabo, piensa un licenciado, yo soy noble y él no. ¿Quién sabía a sus 18 años qué quería ser en la vida? Pues ahora que sabes que te has equivocado, aprovecha lo que aprendiste y ponlo en práctica donde te guste. Y si no te equivocaste, demuéstralo.


martes, 8 de enero de 2013

Catalunya is not Spain, It is a dictatorship

En el barrio de Gracia, como en muchos otros barrios, hay banderas esteladas que, como en el resto de la ciudad, dan idea de la manipulación política que sufren los ciudadanos catalanes, engañados por unos políticos que pretenden beneficiarse de la tergiversación de la realidad y sacar rédito de la voz unánime de una revuelta social artificial


Hacía 10 años que no visitaba Barcelona. Me preguntaba por qué escritores de la talla de Pérez Reverte se enamoran abiertamente de Madrid y apenas mencionan a Barcelona, una ciudad de tamaño óptimo y esquinas cinceladas que la convierten en una de las joyas de España y, por ende, del mundo. Y es que a Barcelona, que podría ser la niña guapa de España, el ojito derecho, la tienen encerrada en un convento de clausura, lleno de políticos panfletarios que a base de exprimir el árido tema de la independencia han acabado por desnortar a esta niña guapa.

Cataluña y, por extensión, este mosaico de país que armó la Constitución española con su diseño autonómico ha ocasionado que ciudades del carisma de Barcelona se hayan desarraigado de toda madre. ¿Qué opina usted de Cataluña?, le pregunté a un barcelonés charnego. "Yo, si es para que seamos más ricos, no me importaría separarme de España". Son respuestas desalmadas, sin corazón y encasilladas en la sección de economía del periódico de la vida. ¿Qué corazón tienen los catalanes si no les han dejado sentir por sí mismos? Los balcones de las fachadas de los barrios con más solera, como el Gótico; o calles tan afamadas, como Las ramblas, representan una "pataleta" de adolescente -según palabras de este catalán charnego- en forma de señera. En la mayoría de estas banderas una estrella inspirada en la independencia cubana reclama una vida aparte.

Barcelona sigue teniendo tirón en el extranjero, gracias principalmente a tres factores, el fútbol, su pertenencia a España y Gaudí. Este último imprimió en la ciudad un sello que la hace única en el mundo, el modernismo y su fantasiosa arquitectura. El resto no destaca sobre ninguna otra ciudad. Catedral gótica, la tiene mejor Sevilla; mercado de la Boquería, lo tiene igual o mejor Madrid en San Miguel; playa, apenas un llavero de arena y mar; Gracia, como Chueca o Malasaña; Paseo de Gracia, tan imperial como la Gran Vía de Madrid; y las Ramblas y Colón, menos que el triángulo que forman Callao, Puerta del Sol y Plaza Mayor. Sin embargo, su posición geoestratégica, el arte contemporáneo que proyecta, la moda y su ambiente cosmopolita la han encumbrado como una de las ciudades más visitadas del mundo.

No voy a poner en duda el valor de Barcelona, pero se vende mejor que Madrid. Hay muchos franceses que acuden al consumismo barcelonés como acudirían al de Dior. Y hay mucho turista embelesado por la estela que desde 1992 ha ido dejando esta ciudad. Estela que se creó gracias a los hombros de todos los españoles.

Barcelona, que es la capital de Cataluña, recolecta el furor actual de los opositores al estado español y cualquier cosa que represente España, ya sea la bandera o la camiseta de la selección. Hay más camisetas de España en una capital china que en toda Cataluña junta. A base de electroshocks los catalanes han asumido que el hecho de poseer una lengua les da permiso para separarse de una gran familia. Los adolescentes, ávidos de aventura en una sociedad encarcelada en una democracia endogámica, luchan hoy día por lograr un estado propio, enarbolando la bandera de la libertad, la de la Unión Europea -no son tontos y saben a quién pelotear- y rechazando la opresión de un estado español al que deberían darle el reconocimiento mundial de blandengue. Opresión. Han desterrado de sus establecimientos el idioma español. Las cartas de los restaurantes se leen todas en catalán. Entiendo que en algunos barrios de Mallorca las escriban únicamente en alemán, pero no entiendo que en la Boquería de Barcelona, repleta de extranjeros y turistas españoles, las cartas no aparezcan en un idioma más integrador. Contrariamente, resulta que el español sí les sirve para atraer a estudiantes europeos y el inglés para decir Cataluña is not Spain. Pero el catalán escrito en los menús de los restaurantes sirve para recordar a todos sus comulgantes que Cataluña no forma parte de España. E imponen, como se impone en las dictaduras, medidas por las cuales el sentido de estado, cultura y país imperan sobre la conveniencia diaria de sus ciudadanos. En el metro y cercanías los anuncios se dan en catalán, por lo que si te avisan de que el tren tuyo ha cambiado de vía, quizá no te enteres.

En efecto, en Cataluña se impone que un empresario escriba sus cartas en el idioma que el Gobierno le dicta y hay inspectores que cobran bastante dinero por revisar los rótulos y los menús de los restaurantes. Pero los que roban son los de Madrid. Como dice Tiziano Terziani en 'El fin es mi principio', la historia de las civilizaciones se repiten idénticas en distintas partes del mundo. Y ahora, el Gobierno catalán disfraza en una supuesta opresión de España políticas que recuerdan a otros regímenes, como el franquista, o a libros que avisaban del Gran Hermano, como el '1984' de Orwell. Sólo en territorios gobernados por regímenes dictatoriales (aunque estén disfrazados de democracia), como es el caso de Cataluña, o territorios invadidos como Palestina, se ven tantas banderas como en Cataluña o País Vasco.

El Gobierno catalán pretende preservar un idioma que, de no haber sido preservado, estaría bastante más marginado hacia pueblos interiores de Cataluña. No defiendo la extinción del catalán, pero sí digo que se mantiene artificialmente, ya que son más ciudadanos catalanes los que hablan español (99,7%) que catalán (78,3%). En Cataluña, charnegos e inmigrantes han acabado por asumir que Cataluña es distinto y que debe de haber algo de verdad en todo aquello que proclaman sus políticos desde el campanario del pueblo. Los ciudadanos, en su mayoría, han optado por consentir y escurrir el bulto cuando son preguntados. Como ocurre en las dictaduras. Prefieren no opinar a hacerlo y cargar con la mochila de la repulsa social.

Con todo esto quiero decir que Cataluña es el cortijo con el que han soñado políticos de varias generaciones y que se fundamentan en una semilla revolucionaria que han hecho germinar pero que no es más que una pataleta adolescente. Ahora, Mas, que porta el anillo, también ha caído en las redes del hechizo y ha querido robarlo para asegurarse el tesoro toda su vida. Sin embargo, los otros muchos que codician este anillo le han arrebatado la gloria con la que otros muchos siguen soñando, la independencia y un minúsculo hueco en la historia de la vida.  

Hay catalanes que recitan como el padrenuestro la historia del dinero que han perdido en beneficio del estado español y los réditos que obtendrían de cabalgar a solas, pero otros muchos españoles recitan como el avemaría los beneficios que Cataluña ha obtenido gracias a su pertenencia a España. Y estos enfrentamientos verbales siempre acaban en una espiral enconada que enfurece a una y otra parte. Yo miro a Cataluña, sobrevuelo toda España para encontrarme con ella y, sin embargo, cuando llego allí, percibo una hostilidad que hubiera cambiado por un intercambio cultural entre dos pueblos, Cádiz y Barcelona. No recuerdo una cara tan mustia como la del barcelonés cuando les he hablado con acento gaditano. Sería precioso sentirse en casa, tanto por Madrid como por Barcelona o San Sebastián. 

Escucho las opiniones de los catalanes, me preocupo por entenderlos, pero están equivocados. Es mi visión y tengo amigos allí. Pero si me callo, me traiciono.