Ahora que el Trofeo Carranza está en su máximo apogeo y que nos visitan los equipos con más galones del fútbol internacional, Osasuna, Rayo y permítanme que no me acuerde del otro, yo vivo mi particular Trofeo Carranza en la Superliga china, que tampoco es que sea mejor que el Trofeo, pero que a veces se recrea con jugadores que estando en los estertores de su carrera, son capaces de sobrecoger a 48.000 chinos y que dan lustre a una liga que va ganando en calidad y que puede equipararse ya a la estadounidense. Glamour. Estoy seguro que más de un gaditano preferiría ver un rato a Drogba antes que a todas las estrellas del Madeira, que ya me ha venido a la cabeza. A la afición del Guangzhou, los delanteros Drogba y Anelka, del Shanghai Shenshua, equipo rival este pasado fin de semana, les despertaron tanto respeto y admiración encubierta como lo hacían Ronaldinho o Ronaldo en la última aparición del Cádiz en la constelación de la Liga (de las estrellas). Vaya fichajes, por cierto: Berizzo, Silva (que no el del City), Iván Ania o Benjamín. Cuesta creer que tuviéramos posibilidades hasta el final. Fue la gran cagada de Muñoz, una acción de tacañería de libro.
Volviendo al tema. Era el debut
del costamarfileño como titular y, si ya en el Chelsea se recreaba tocándose
sus partes mientras caminaba en el campo cual león africano dormitando para
activarse a la hora de cazar/marcar, ahora en el Shanghai, el día en que se
estrenaba, quiso dejar bien claro que el fútbol se lo pasa por los.. y que aquí
viene a lo que viene. Por la noche se le vio dándolo todo, cual león africano,
para cazar a una chica en una discoteca, celebrando seguramente el empate
conseguido ante uno de los aspirantes al campeonato liguero. Prometedor inicio.
Siguiéndole el rastro desde la grada, parece imposible que no sufra ninguna
contractura o leñazo en la rodilla por falta de calentamiento. De cinco minutos
en el campo, cuatro los invierte
andando, medio en posicionarse para golpear de cabeza cuando se saca de
portería y otro medio en crear una ocasión de gol; un auténtico depredador,
mucho más acertado que un Anelka que está a la altura de Kaká, o sea, sin
altura.
Los chinos se comportan en la
grada con tanta disciplina como lo hacen en la escuela o en el ejército. La hinchada
se reparte en las dos esquinas de lo que vendría a ser la Preferencia. Tanto
una sección como otra están compuesta por alrededor de tres o cuatro mil
chavales. Si botan, todos se elevan como una masa uniforme en la misma milésima
de segundo; si cantan o tocan las palmas, lo mismo. En cada grupo de animación
destaca uno situado cerca del césped, que sostiene un micrófono, mira hacia el
público (se pierde los goles) y va ataviado con una camiseta de un color
distinto al del resto de animadores, como el líbero en voleibol. Yo también iba
dando un poco el cante, pues llevaba la amarilla del Cádiz y, peor aún, porque
el número y nombre que paseo escrito en mi espalda es, y no me vais a creer, el
18 de un serbio que estaba llamado a ser el nuevo Mágico González. Lo dijo
Antic para la prensa. Puedo explicarme. Yo por entonces vivía en Estados
Unidos, leí en la prensa digital esto que dijo Antic, fui en Navidad a Cádiz y,
antes de regresar, previendo que Arriaga iba a dejar el dorsal 18 libre en el
mercado de invierno y que el flamante fichaje le reemplazaría, me anticipé y pedí
en la tienda del Cádiz de la calle San Francisco que sobre el número 18 unieran
las siguientes letras para mí, tanto que el vendedor me aseguró que iba a ser
el primero en hacerlo: B O G U N O V I C. Y a día de hoy creo que soy el único.
Probablemente también sea el único que ha entrado en el estadio Tianhe Sport Center
de Guangzhou con la camiseta del Cádiz a ver un partido del Guangzhou
Evergrande, aunque siempre hay algún picado que como yo, viene a China, aunque
sea de vacaciones, e intenta evangelizar con cadismo a los chinos. Pero es
bastante improbable. Lo que tengo claro es que nadie ha aparecido ni lo va a
hacer con Bogunovic a la espalda. Los chinos pensarán que el equipo de la
camiseta amarilla que visto debe ser yugoslavo con ese apellido. Si me hubiera
escrito López Silva sería diferente e igual de exótico en Asia. Pero seamos
sinceros. Llevar escrito López Silva debajo del cogote no mola tanto en España.
La próxima vez me decantaré por el socorrido 11 de Mágico y Santas Pascuas. El
hecho es que en el debut de Drogba en la Liga china, al que tantos periodistas
y cámaras acudieron, había un tío vestido con la camiseta del Cádiz entre
48.000 almas. Si existiera en China un Michael Robinson japonés con una
programa en la tele de pago, seguro que me sacaban en su particular 'Lo que el
ojo no ve'. Por si acaso, procuré estar guapo y no meterme el dedo en la nariz.
Como tantos otros que eligieron vestir las camisetas del Barça, Real Madrid o
España (una auténtica plaga ahora que hemos ganado tantas cosas y aprovechando
que, como el Guangzhou, viste de rojo), yo me puse la del para muchos en mi
barrio mejor equipo del mundo. La amarilla. Provocando a los mosquitos.