8/8/2012 Despedida de Seminyak y llegada a Ubud
Baruna significa en balinés Dios
del mar. La religión hindú se refleja en cada una de las estrechas carreteras
de Bali, adornadas en sus márgenes con casas sencillas de arquitectura hindú
que se conservan en perfectas condiciones. Cada una de ellas lleva aparejada un
templo de mayor o menor envergadura, según la casta familiar, en la que se
conservan los cuerpos o cremaciones de los antepasados. Si miras al cielo de
Bali verás decenas de cometas que se suceden en el horizonte y que brotan de
cada uno de los hogares en honor a los dioses.
Abandonamos nuestro primer
asentamiento en Seminyak para penetrar en la selva tropical. Conforme el coche
avanza, nos vamos alejando de las playas turísticas y los rostros occidentales
se esfuman de un paisaje que nos muestra por primera vez las entrañas del
trópico. Es una estampa que jamás habíamos contemplado: árboles de mango,
papaya, cacao, café, palmeras, bambú y terrazas de arroz que exprimen nuestros
sentidos hasta que estallan como palomitas de maíz. En la calzada, junto con
los coches, se mezclan motoristas, mujeres que transportan frutas o mercancía
sobre cántaros o bandejas que colocan sobre sus cabezas y niños que abandonan
su colegio en bicicleta y que forman una armoniosa fila india en el diminuto
arcén de la carretera. Niñas con trenzas y mochilas en las que contienen
material escolar clásico, estampas propias del Nueva Orleans de tiempos
pretéritos.
Los tres miramos por la ventana
mientras nuestro guía-conductor maneja el coche con tanta soltura como el castellano.
Muke lleva años trabajando de guía para españoles en Bali. Nos cobra 45 euros
al día, más barato que otros guías que nos pedían 55 euros por jornada. Tiene
una furgoneta sencilla, una Suzuki que día tras día hace rechinar su chasis por
unas carreteras bacheadas, angostas y de vez en cuando, pedregosas y parcheadas.
Al fondo, templo de Tanah Lot. |
Seguimos nuestro camino a Ubud y
paramos en una especie de estación de servicio. Una pequeña tasca en cuyo
umbral encontramos una estantería que ordena botellas de litro de gasolina -a
0,45 céntimos de euro- para proveer a los coches y motocicletas. Teníamos
hambre y pedimos a Muke hacer un descanso entre los pueblos de Penebel y Marga para
comer. Son típicos de Bali los frutos secos. Estas tascas venden tapioca, hojas
de gamba, tortas de harina de arroz... Se preparan en unos plastiquitos rudimentarios
por los que ni nos molestamos en preguntar su precio y que resultaron ser muy
baratos como pensábamos. Al contrario que estas pequeñas exquisiteces, la
comida fue un desastre. Encontramos pelos y muchas hormigas pegadas a los granos
de arroz y los cuadrados de tofu. Opté por no comer, aunque mis compañeros de
viaje, Pablo y Javi se liaron la manta a la cabeza y se lo terminaron sin
consecuencias digestivas al día siguiente. Yo me negué a probar las hormigas
fritas.
Estación de servicio balinesa, con las botellas de gasolina a la derecha |
El arroz es el alimento más
consumido en Asia. Se dan las condiciones perfectas para su cultivo, lluvias
constantes. Si el terreno de cultivo no es llano, en las laderas de las colinas
se disponen terrazas sobre las que se plantan las semillas. Cada cuatro meses,
el grano germina de unas plantas que han crecido medio metro de altura. Son las
mujeres las que cortan el tallo y lo sacuden contra el suelo para obtener el
grano. Hay distintos tipos de arroces, negros, amarillos, rojos y que aportan
calidades distintas a este aimento. Cada cuatro años el suelo necesita descanso y
se deja en barbecho para que recupere su fertilidad.
Arrozales de Jatiluwith. |
9/8/2012 Primer día en Ubud: nos atrapa la frondosidad de su cultura
Llegamos a 'La Danza de Barong y
Kris con 10 minutos de retraso'. Eran las 9 y 10 pasadas de la mañana.
Accedimos a un graderío con un aforo a la mitad. El público lo formaban
extranjeros ávidos de tomar fotos, de rellenar la tarjeta de memoria
compulsivamente, con imágenes que, por lo manoseado del lugar, bien podrían
encontrar en internet; occidentales estresados en su desestrés de las
vacaciones, engañados en su propio desengaño; una lucha de días desatada por la
gula de sacar fotos, desentendiéndose del momento y su entorno; una autodefensa
que les lleva a sentir que
amortizan cada céntimo invertido en este viaje y que les convierte en presos de la
planificación de unas agencias de viajes que se aprovechan de la voracidad impulsiva
del turista ofreciéndoles chuletones de carne que al final resultan ser de
plástico.
Aquella danza nos costó 10 euros.
Como esos turistas narcotizados, también pasamos por el aro y sin complicarnos
la vida, asistimos a una representación de teatro tradicional balinés
edulcorada. Los personajes bailaban e interpretaban al son de unos instrumentos
locales que emitían sonidos más o menos estridentes según el episodio
representado. Lo que vimos al fin y al cabo era, más que un teatro, una copia
de las representaciones teatrales de épocas ancestrales. Más interesante fue
luego la explicación de nuestro guía sobre la cosecha de arroz en un cultivo
situado justo a la espalda de aquel teatro. El mismo guía que nos había
recomendado la danza del Barong y Kris ahora nos entregaba una clase maestra de
biología agrícola gratis.
Durante el viaje y aprovechando
las horas de coche muertas que servían para trasladarnos de un templo a otro,
Muke nos ilustraba con datos que nos ayudaban a componer el puzzle de una
Indonesia de la que antes de aterrizar sabíamos poco más que su nombre. Nos
explicó la idiosincrasia del pueblo balinés, los ritos espirituales hindúes o
los rasgos culturales de su pueblo. Los niños en la escuela aprendían bahasa, balinés e inglés; la lengua indonesia, la local y la internacional.
También nos contaba que a día de hoy las castas siguen imponiendo jerarquías dentro de la misma sociedad, por lo
que según a qué casta pertenecieran, hablarían el balinés de una forma u otra,
los santuarios donde enterrarían a los muertos serían más o menos grandes, o el
tiempo de espera para cremar a un fallecido, menor o mayor, dependiendo en
buena parte de los ahorros acumulados para ofrecer al fiambre una ceremonia lo
más digna posible.
Ritos que hacen los balinese delante de cada establecimiento, casa, templo... |
Volcán de Batur, en cuya ladera se aprecia el terreno quemado por la lava. |
En uno de esos paseos en coche,
apreciando la vegetación, Muke nos contaba que el precio del terreno en Bali
había aumentado mucho en los últimos 20 años, desde que el extranjero descubrió
la isla. Ahora 1000 metros cuadrados se pagarían a 100.000 euros, una
cantidad muy similar a la de zonas de prestigio en España. Montar un hotel ya
no es cosa de jóvenes aventureros, sino de ricos chiflados que buscan un retiro,
bien al abrigo del aroma lujurioso que desprende esta isla, según en qué sitios,
bien al abrigo del eterno descanso, según en qué otros.
Chekin, los arrozales más fotografiados de Bali. |
La comida la cubrimos con 50.000
rupias, algo menos de cinco euros, con vistas al volcán de Batur, cuya lava ha
pelado una de las laderas de su efigie. De ahí viajamos hasta el Templo Madre,
seguramente el más grande de todos los templos de Bali, y ya de vuelta en Ubud
cenamos bastante caro, por unos 20 euros en Bebek Bengil, un restaurante muy
lujoso que competía en decoración con otros muchos de la zona. El pato frito,
su especialidad, resultó ser menos especial de lo que se suponía. Mientras
comíamos nos sacudió un terremoto de 5,2 grados. Solo lo sentí yo, pero pensé
que alguien había movido la mesa y que serían cosas mías. Apenas se notó, pero
al día siguiente todos menos nosotros lo comentaban. Nuestro primer paso por la
noche de Ubud fue infructuoso. Un baylies de 6 euros que nos llevó directamente
a la cama en un pueblo que se prestaba más a la tarde que a la noche. El
turismo de Ubud era claramente más cultural que el de Seminyak y Kuta. Y
nuestra Villa encajaba totalmente en ese entorno: callada y rodeada de vida, no
precisamente humana.
10/9/2012 Nos despedimos de Ubud amortizando al máximo sus encantos
Hoy es el día de la cremación de
los muertos. Hay ceremonias por todos sitios. Los balineses caminan en grupos
formados por centenares de personas hacia cualquiera de las decenas de templos
repartidos en la isla. Las mujeres portan sobre sus cabezas las ofrendas y los
hombres caminan junto a ellas. El tráfico se colapsa por momentos y Muke tiene
que tomar rutas alternativas para alcanzar lo antes posible los distintos
destinos que nos hemos marcado esta jornada.
Templo del manantial, donde se ve al fondo personas purificándose. |
Muchos grupos se detienen frente
a árboles majestuosos, de un diámetro de varios metros. De hecho, resulta
difícil vislumbrar el tronco, escondido tras unas ramas que caen como tiras de
cera fundida desde la copa del árbol y que le dan al árbol un aspecto añejo, de
donde manan sabiduría y espiritualidad. Son los llamados árboles sagrados. Están
prácticamente contados dentro de Bali y ocupan el primer lugar en la familia de
los árboles y plantas. Los dioses arrancan estos árboles del paraíso y los
regalan a los humanos. Los balineses disponen sus ofrendas al árbol sobre
bandejas con distinta geometría. Las bandejas cuadradas representan a la luna;
las redondas, al sol; y las triangulares, a las estrellas. Estos elementos
unidos constituyen las fuentes de luz de la vida.
Inmersos entre las ceremonias,
salimos del coche, nos atamos a la cintura el sarum y nos adentramos en el
templo del manantial, que se distingue del resto por contener un estanque de
agua al que acceden los feligreses para purificarse. Resultaría una falta de
respeto desvestirse, y para conseguir la purificación se debe poner la cabeza
debajo de alguno de los chorros de agua que descienden de las montañas. Es día
de ofrendas y se sacrifican animales, como un pato y una gallina que portan
unos religiosos con sus patas maniatadas. El acto resulta despreciable si no se
atiene al contexto religioso y tradicional.
Un almuerzo de nasi goreng al lado de Muke antes de visitar el pueblo de Pendipurak |
Disfrutando de nuestro café lemur... por cinco euros |
En Bali existe un pequeño animal
famoso por el café. Su nombre es lemur (luwak en balinés) y sus heces valen su peso en oro. La
misión del lemur consiste en ingerir los granos de café que luego serán
limpiados por los agricultores para proceder al tostado tradicional y a la
posterior moledura. Nowvie, una joven balinesa que atendía a los clientes de
una cafetería dispuesta en medio de la carretera y adornada con una huerta que
contenía todas las plantas tropicales más representativas de la isla, como
jengibre, vainilla o cacao, nos explicaba que el lemur otorga al café
condiciones muy saludables para las personas y que además rebaja la cafeína en un 70%, multiplicando por diez el precio de un café normal.
Para que entiendan. Una taza
de café lemur nos salió por 5 euros. Para rebajar el puyazo, nos sirvieron
junto a nuestras tazas de café, distintos tipos de brebajes, tales, como cacao,
vainilla, té, coco y distintos tipos de mezcolanzas.
Granos de café normal y granos de café lemur a la derecha. También se aprecia algo de cacao a la derecha del todo. |
Por la noche volvimos a la villa.
El servicio de esta villa nos recordaba a alguaciles de diferentes escalafones.
Está el que amablemente nos recibe con una sonrisa nerviosa y nos asciende a
míster Luis, Pablo y Javier, y los de más baja categoría, que realizan las
tareas más oscuras, apenas tienen derecho a hablarnos y reciben
clandestinamente las reprimendas de su superior cuando los huéspedes descansan a
pierna suelta en sus amplias habitaciones. Todo esto eran suposiciones
nuestras, pero daban la sensación de que no descansaran, de provenir de una
raza o una especie destinada a servir en aquella villa, sin más vida que la de
preparar desayunos, sonreír al turista y cambiar las toallas de unas
habitaciones enormes, huérfanas de decoración y utensilios.
Uno de los empleados de la villa corta la barba a un ya anciano Adam Smith. Sobre la mesa, sus pinturas. |
La última noche conocimos a
Sandra, una superviviente española en Indonesia, país que le condujo a la paz
tras años de estrés trabajando desde los despachos de Iberia. Diplomada en
turismo vio en este país la oportunidad de llevar a cabo una vida más pacífica
y silenciosa, en armonía con el mar y la tierra. Lleva cuatro años en Bali
después de trotar por islas selváticas y tropicales; posee su propia agencia de
viajes y se dedica prácticamente a satisfacer los deseos aventureros de los
hispanohablantes. Entre otras actividades destaca el submarinismo. Forma parte
de su vida repetir a los neófitos día tras día y semana tras semana los
procedimientos para bucear correctamente, pero ya en el agua, ella se alimenta
de su imaginación para saborear los paisajes marinos.
Sandra sentada en la moto por la que se mueve por Bali. |
Uno de los personajes de aquella noche resultó ser un fotógrafo que nos aseguró trabajar en Bali para la agencia de fotografía más grande del mundo, Martí. Fuera o no verdad, se podría decir que su larga estancia en esta isla estaba acabando con su cordura entre copa y copa a juzgar por su manera de hablar y su desinhibida lengua. Si algo nos enseñó Martí es que para vivir en Ubud hay que cumplir un principio básico, no temer a la soledad.
gracias por tan buena información
ResponderEliminarbagusona es el mejor proveedor de paquetes de viaje. Disfruta del viaje en bali con niños a precio barato
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