martes, 21 de agosto de 2012

Bali, una sonrisa tropical (I)


5/8/2012
Era de noche cuando aterrizamos en Bali. Sabíamos que los taxistas querrían timarnos. En eso no cambiábamos mucho con respecto a China. Abandonamos el aeropuerto en un taxi por el que nos pedían 20 euros al principio y que rebajamos a 6. La carretera estaba tejida de baches, era estrecha y daba la sensación de que los coches iban demasiado deprisa, adelantando a motociclistas y besándose con los otros coches que venían de frente. El paisaje estaba soterrado bajo la oscuridad de la noche, nosotros estábamos cansados y deseosos de ver las condiciones del primer hotel, que nos hospedaría los tres primeros días. Resultaron ser magníficas. Dejamos nuestras pertenencias y bajamos a saborear la cerveza local. Bintang. Una cerveza más dura y amarga que las chinas. Una cerveza con sabor a Cruzcampo y que resbalaba en nuestro interior como una pócima. Allí vimos la primera pandilla de españoles, bailando una música reggae, totalmente desconectados de la vida y en simbiosis con el más allá.
Primer desayuno en el hotel Fave
Al poco tiempo de entrar en Indonesia ya éramos millonarios. Cada uno de nosotros había sacado del cajero un millón de rupias, lástima que al cambio sólo fueran 84 euros. Nos fuimos enseguida a la cama. Pronto amanecería y se descorrerían las cortinas de un país alucinante.











6/8/2012
Nos despertamos en el hotel Fave, Seminyak, zona de turistas de edad madura y con pasta. Sur de la isla, zona de playas, tiendas, restaurantes y bares de copas. Exfoliante del estrés.

Se había hecho la luz. La sensación fue la de haber rellenado un lienzo vacío con colores vivos tropicales. Tomamos un taxi Blue Bird -los únicos con la deferencia de hacer trabajar el taxímetro- hasta una templo situado en la zona de playa y en el camino observamos que el porcentaje de occidentales doblaba al de los balineses, de piel más oscura, ojos ligeramente rasgados, dientes saltones y estatura menuda. ¿Sería toda la isla así? Australianos mayoritariamente, muchos holandeses, muchos franceses, norteamericanos, alemanes...

Para entrar en el templo necesitábamos sarum, un pareo que cubriera las piernas hasta el tobillo. De nuevo regateamos, aunque a Javi le aburra esta técnica extendida en los países subdesarrollados asiáticos y tan bien caricaturizada en 'La vida de Bryan'. Volvimos a rebajar el precio y conseguimos unas telas de una textura magnífica y preciosas. Al poco nos adentramos en la playa, de aspecto muy normal, de arena tostada poco ancha y de mucho oleaje. ¿Es Bali un destino de playa y sol? Sí, pero no el mejor del mundo ni mucho menos. Bali reúne muchas otras bellezas que dejan a la playa relegada a un segundo plano.

Ya allí vimos al segundo grupo de españoles, unas chicas que se tostaban desde las hamacas de un resort a orillas de la playa, con piscina y copas incluidas. Eran andaluzas y posiblemente sevillanas, de perlitas y bikinis discretos. De las que me gustan.

Playa de Seminyak al atardecer 
Comimos en el peor de los sitios que podíamos, quizá porque nos sobrecogió el precio que pagamos y porque la comida que buscábamos era más balinesa que occidental. Íbamos con el deseo de probar el famoso Nasi Goren y nos encontramos carne americana. Eran casi las tres de la tarde, mal horario para comer en Asia, por lo que no tuvimos elección. El local fue el único que encontramos abierto, el WW, por si van por allí. Se encontrarán posiblemente con Cristian, un ilusionado chico balinés que pensó que Pablo y yo éramos jugadores de fútbol. La única vez que hemos sido futbolistas. Nos propuso incluso venir a probar a la Liga Indonesia, pero no creo que esa cláusula se conciba en el contrato de Extenda.
Ese día Pablo llevaba la camiseta del Cádiz. Andando por la playa, a la vuelta de comer nos cruzamos con una pandilla de gaditanos. Más tarde volvimos a encontrarnos con ellos, nos fotografiamos y nos hablaron de la situación en España. "Lo mejor que podéis hacer es no volver allí en unos años; sois unos privilegiados por trabajar en China", nos decían. Fue la primera anécdota del viaje.

Vistas de la zona de marcha de Kuta desde el Sky Garden
Por la noche cogimos un taxi en dirección a Kuta. Más al sur que Seminyak e inundado de extranjeros, aquí el porcentaje podía ser de un 85% contra un 15% en favor del turista. Los que se mueven por aquí suelen ser más jóvenes y de menos dinero que los que lo hacen por Seminyak, por contra, turistas jóvenes en busca de marcha, playa y alcohol.
Plato típico de Nasi Goren en el restaurante Poppies
En Kuta cenamos en el Poppies, bien recomendado por la Lonely Planet. Un restaurante de lujo en el que las mesas se reparten bajo una choza iluminada con farolas chatas -similares a las del decorado de la escena del deshollinador en Mary Poppins- y entre estrechos canales donde servían unas mujeres ataviadas con trajes balineses. Probamos el Nasi Goren, la comida típica de allí; consiste en un arroz frito con verduras, sobre el que se posa un huevo frito y se acompaña con pepino y hojas de gamba normalmente. Es una comida de batalla que repetimos en varias ocasiones. Aquí pagamos más de 13 euros por cabeza, pero nos supo bien. A continuación, entramos en la discoteca Sky Garden, un salteado de prostitutas locales, australianos y occidentales en general. Junto a esta discoteca, de cuatro plantas y la de más nombre en la isla, se yergue un monumento que recuerda a las víctimas del atentado islamista de 2002, donde murieron más de 200 personas, la mayor parte de ellos, australianos.

En este primer día nos impactó el desbordamiento de turistas en esta zona costera al sur de Bali. Todo se rinde a los pies del extranjero, con restaurantes de lujo ornamentados con detalles balineses refinados y tiendas de surf, de decoración o madera de ébano que tientan al consumo opulento. El tráfico es asfixiante y las calzadas se han quedado estrechas para albergar tantos taxis y motos; estamos dentro de un monopoli o un juego de mesa que nos convierte en miniaturas que se mueven en un entorno de casas bajas, vegetación tropical y mucho color, el que desprenden los árboles, las casas, los templos y principalmente las personas de diferentes razas que circulamos por allí.



7/8/2012
Jimbaran, pueblo de pescadores y resorts multiestrellas cuyas piscinas ligan con la arena de una playa más rubia que la de Seminyak. Hemos ido en taxi por aproximadamente 7 euros. A diferencia de China, aquí los taxímetros, además de las distancias, tienen en cuenta el tiempo. E ir al sur , dependiendo de según qué hora, puede llevar mucho tiempo. Al sur de la isla de Bali cuelga una Península pequeña, donde se encuentra Jimbaran y muchas calas en las que se fabrican las mejores olas del mundo. Está plagado de surferos que se desplazan con sus tablas unidas al cuerpo de la moto. El taxista recorre varios kilómetros en la marcha primera. Hay un estrangulamiento de la carretera y se nota, aunque dentro de poco se terminará de construir una autopista que unirá Jimbaran con Sanur, que se asemeja a Seminyak, pero en la parte oriental del sur de la isla. Por allí anda también el aeropuerto de Denpasar, otra zancadilla para el tráfico. Mientras digerimos la pesadez de la circulación, nos percatamos de la cantidad de banderas indonesias que ondean en los márgenes de la carretera o desde los jardines de las casas. Según nos comenta el taxista, están puestas ahí para conmemorar el aniversario de la independencia de Indonesia de los holandeses, el día 17 de agosto, hito que se produjo a mitad del siglo pasado. Con el paso de los días, testando la isla de Java y Bali y oyendo los comentarios de los oriundos, nos hemos dado cuenta de que Bali está unido a Indonesia artificialmente y no hay nada que los haga indivisibles. Los balineses disponen de una lengua propia, una religión más inocua, humilde y bella que la del resto de Indonesia, la musulmana, que se contagia de esa especie de sumisión a Dios que persigue a las personas en los países árabes y que se extiende por otros países del mundo tan alejados como Malasia o Indonesia, contagiados por el mordisco del zombie que desposee de libertad a su víctima. Sin embargo, el Gobierno de este país subdesarrollado instala las banderas en las carreteras, bien visibles, para imponerle al pueblo una patria desalmada; eliminan las banderas locales de todas las islas y solo permiten la rojiblanca.

En Jimbaran nos recibió el sol con toda su fuerza. Fui a visitar el poblado de pescadores mientras Javi y Pablo se entregaban al tórrido calor reblandecidos sobre los sarums o pareos que habían extendido sobre una arena más fina y despoblada de gente.

Jimbaran, pueblo de pescadores
Yo también me quemaba el cuerpo andando hacia las barcas, alrededor de 45 minutos para ir y otros tantos para volver. Los aviones aterrizando y despegando contrastaban a la espalda de unos pescadores que se afanaban con artes muy rudimentarias por depositar los cubos de pescado en la delgada costa. Allí vendían dos kilos por algo menos de dos euros, unas 20.000 rupias. Pescado fresco que iba directo a las despensas de los restaurantes de Jimbaran. A la vuelta, fuimos a comer pescado a la parrilla. Nos dejaron mirar los productos y elegimos entre otras cosas snapper (parga), sepia, satay (pinchos de pollo) y almejas. Pagamos algo más de 10 euros por una degustación en la playa. Restaurante Bamboo, también exitosamente recomendado por Lonenly Planet.

El anochecer en Bali es magnífico -no porque me guste presumir, pero el de Cádiz tiene poco que envidiarle-. Cuando bajó la marea, un grupo de niños montó dos porterías y dispuso un partidito hasta que la luz natural se agotaba a eso de las 18.30 de la tarde, porque aquí es invierno y la luz del sol se funde antes. Volvimos a la zona de los restaurante, esta vez elegimos otro local, el King´s Crab, para probar diferentes pescados y delicias, esta vez mero y gambas, pero el restaurante resultó ser de menor calidad que el anterior y el precio muy similar. Eso sí, los zumos de fruta caseros resultaban deliciosos en cualquier sitio que los tomaras; algunos cobraban algo menos de un euro y otros casi dos euros o incluso más. Esa noche probamos también un cóctel explosivo balinés, un mejunje de Sprite con Arak, que sabía a alcohol puro y que según nos informamos contenía ciertas cantidades de metanol.

Atardecer en Jimbaran
La noche, a la orilla del océano, era tan preciosa como las mujeres que nos rodeaban en otras mesas o la voz de una orquestilla balinesa que se paseaba de grupo en grupo cantando temas clásicos, incluso atreviéndose en castellano. El sol se había puesto hacía rato, eran los ocho de la noche y regresamos a casa para ducharnos y rematar la faena en el Sky Garden, la discoteca, donde solo duramos las horas que nos dio de prórroga el cansancio.




2 comentarios:

  1. Ya no me hace falta ir.

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  2. Me quedo con esta frase! jajajaj

    Ya allí vimos al segundo grupo de españoles, unas chicas que se tostaban desde las hamacas de un resort a orillas de la playa, con piscina y copas incluidas. Eran andaluzas y posiblemente sevillanas, de perlitas y bikinis discretos. De las que me gustan

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