domingo, 29 de julio de 2012

Un tío del Cádiz en el debut de Drogba

Ahora que el Trofeo Carranza está en su máximo apogeo y que nos visitan los equipos con más galones del fútbol internacional, Osasuna, Rayo y permítanme que no me acuerde del otro, yo vivo mi particular Trofeo Carranza en la Superliga china, que tampoco es que sea mejor que el Trofeo, pero que a veces se recrea con jugadores que estando en los estertores de su carrera, son capaces de sobrecoger a 48.000 chinos y que dan lustre a una liga que va ganando en calidad y que puede equipararse ya a la estadounidense. Glamour. Estoy seguro que más de un gaditano preferiría ver un rato a Drogba antes que a todas las estrellas del Madeira, que ya me ha venido a la cabeza. A la afición del Guangzhou, los delanteros Drogba y Anelka, del Shanghai Shenshua, equipo rival este pasado fin de semana, les despertaron tanto respeto y admiración encubierta como lo hacían Ronaldinho o Ronaldo en la última aparición del Cádiz en la constelación de la Liga (de las estrellas). Vaya fichajes, por cierto: Berizzo, Silva (que no el del City), Iván Ania o Benjamín. Cuesta creer que tuviéramos posibilidades hasta el final. Fue la gran cagada de Muñoz, una acción de tacañería de libro.   

Volviendo al tema. Era el debut del costamarfileño como titular y, si ya en el Chelsea se recreaba tocándose sus partes mientras caminaba en el campo cual león africano dormitando para activarse a la hora de cazar/marcar, ahora en el Shanghai, el día en que se estrenaba, quiso dejar bien claro que el fútbol se lo pasa por los.. y que aquí viene a lo que viene. Por la noche se le vio dándolo todo, cual león africano, para cazar a una chica en una discoteca, celebrando seguramente el empate conseguido ante uno de los aspirantes al campeonato liguero. Prometedor inicio. Siguiéndole el rastro desde la grada, parece imposible que no sufra ninguna contractura o leñazo en la rodilla por falta de calentamiento. De cinco minutos en el campo, cuatro los invierte  andando, medio en posicionarse para golpear de cabeza cuando se saca de portería y otro medio en crear una ocasión de gol; un auténtico depredador, mucho más acertado que un Anelka que está a la altura de Kaká, o sea, sin altura. 


Los chinos se comportan en la grada con tanta disciplina como lo hacen en la escuela o en el ejército. La hinchada se reparte en las dos esquinas de lo que vendría a ser la Preferencia. Tanto una sección como otra están compuesta por alrededor de tres o cuatro mil chavales. Si botan, todos se elevan como una masa uniforme en la misma milésima de segundo; si cantan o tocan las palmas, lo mismo. En cada grupo de animación destaca uno situado cerca del césped, que sostiene un micrófono, mira hacia el público (se pierde los goles) y va ataviado con una camiseta de un color distinto al del resto de animadores, como el líbero en voleibol. Yo también iba dando un poco el cante, pues llevaba la amarilla del Cádiz y, peor aún, porque el número y nombre que paseo escrito en mi espalda es, y no me vais a creer, el 18 de un serbio que estaba llamado a ser el nuevo Mágico González. Lo dijo Antic para la prensa. Puedo explicarme. Yo por entonces vivía en Estados Unidos, leí en la prensa digital esto que dijo Antic, fui en Navidad a Cádiz y, antes de regresar, previendo que Arriaga iba a dejar el dorsal 18 libre en el mercado de invierno y que el flamante fichaje le reemplazaría, me anticipé y pedí en la tienda del Cádiz de la calle San Francisco que sobre el número 18 unieran las siguientes letras para mí, tanto que el vendedor me aseguró que iba a ser el primero en hacerlo: B O G U N O V I C. Y a día de hoy creo que soy el único. Probablemente también sea el único que ha entrado en el estadio Tianhe Sport Center de Guangzhou con la camiseta del Cádiz a ver un partido del Guangzhou Evergrande, aunque siempre hay algún picado que como yo, viene a China, aunque sea de vacaciones, e intenta evangelizar con cadismo a los chinos. Pero es bastante improbable. Lo que tengo claro es que nadie ha aparecido ni lo va a hacer con Bogunovic a la espalda. Los chinos pensarán que el equipo de la camiseta amarilla que visto debe ser yugoslavo con ese apellido. Si me hubiera escrito López Silva sería diferente e igual de exótico en Asia. Pero seamos sinceros. Llevar escrito López Silva debajo del cogote no mola tanto en España. La próxima vez me decantaré por el socorrido 11 de Mágico y Santas Pascuas. El hecho es que en el debut de Drogba en la Liga china, al que tantos periodistas y cámaras acudieron, había un tío vestido con la camiseta del Cádiz entre 48.000 almas. Si existiera en China un Michael Robinson japonés con una programa en la tele de pago, seguro que me sacaban en su particular 'Lo que el ojo no ve'. Por si acaso, procuré estar guapo y no meterme el dedo en la nariz. Como tantos otros que eligieron vestir las camisetas del Barça, Real Madrid o España (una auténtica plaga ahora que hemos ganado tantas cosas y aprovechando que, como el Guangzhou, viste de rojo), yo me puse la del para muchos en mi barrio mejor equipo del mundo. La amarilla. Provocando a los mosquitos.



martes, 24 de julio de 2012

Evangelio cadista en China


Los chinos no saben decir que no. Aseguran conocer al Cádiz. Si le enseñas el escudo del equipo, se quedan mirando un poco, repiensan y al final, como no son capaces de decir que no, dicen que sí. En los negocios sucede lo mismo. Muchos españoles vienen aquí a vender productos o a pactar con las fábricas unas condiciones de producción específicas y cuando creen que lo tienen todo cerrado y que cuentan con la anuencia del chino, estos se dan media vuelta y entre ellos pactan lo que realmente van a hacer, no pagar la mercancía o revender la sobreproducción del diseño de la marca española a un precio menor y en otros canales de distribución, tanto que el español, si produce ruedas de sillas de oficina en China, puede encontrarse una copia de sus ruedas en una feria de Alemania a un precio más barato que el suyo. Un desastre.

El caso es que me vine a China hace más de cuatro meses, y aunque la situación hubiera sido boyante en España, también me hubiera ido, porque considero que el mundo es pequeño y que en toda patria debe haber exploradores repartidos por otros océanos que traigan ese conocimiento de vuelta a casa. Siempre que he vivido fuera de Cádiz, bien en España, bien en Estados Unidos o ahora en China, he metido una camiseta del Cádiz, la bandera del Cádiz y la bandera de España en la maleta, como las Tres Marías, juntas.

En el tiempo que llevo aquí, he sufrido el sinsabor de no subir a Segunda División. Durante varias semanas consecutivas me he desvelado para seguir por la radio unos partidos de promoción que caminaban por las ondas a duras penas, por culpa de una conexión a internet que en China todavía anda en burro. Pero, solo en el cuarto, agarrando la bandera del Cádiz y aislado en la madrugada china, he oído la voz de los narradores gaditanos y he escuchado esas palabras que de vez en cuando se filtran a través de los micrófonos de los periodistas y que saben a mar de la Caleta a tantos kilómetros de distancias y tantas culturas de por medio: "Ábitro cabrón" o "qué bastinaso io".

Con seis horas de diferencia con respecto a España (siete en invierno), esos madrugones me han dejado desvalido al día siguiente en mi rutina de trabajo. Mientras ustedes en Cádiz se han abrazado o consolado juntos, ganara o perdiese el equipo (casos del Castilla y Lugo); aquí me he tenido que conformar con el albor colándose entre las cortinas de mi ventana, pensando ya en el nuevo día y sin tiempo para digerir el malestar o la alegría.

Desde el sur de China, Guangzhou, en el piso 28 de un rascacielos de un lujoso barrio llamado Linhexi, en el que se levanta majestuosamente el edificio de hormigón más grande del mundo, iré escribiendo al menos semanalmente dosis de cadismo, porque en todas partes del mundo hay un gaditano a contracorriente evangelizando a un pueblo entero. A partir de ahora, ese chino que desconoce Cádiz pero que asegura conocerlo, no se irá a la cama sin haber aprendido algo nuevo, el nombre más antiguo de occidente, Cádiz.

miércoles, 11 de julio de 2012

extracto de la entrevista al cónsul. Dentro de poco, entera







Entrevista - Carlos Morales, primer cónsul de España en el sur de China
(final de mandato de tres años).

La entrevista al cónsul saliente de España en el sur de China contiene tres bloques:
1- comercial / económico
2- político
3- personal / consulado.

A continuación se presenta un extracto de la entrevista, con titular, entradilla y un par de preguntas que demuestran el estilo de la noticia.

La entrevista duró alrededor de una hora y contiene más de 5.000 palabras.




Título:
"El día que en España la educación tenga tanta importancia como el fútbol, empezaremos a cambiar"

Subtítulo:
Morales critica que ninguna autoridad española haya venido a China en los últimos años para convencer a una compañía área china de que abra un puente con España y lo considera "un asunto prioritario" si de verdad se quiere atraer la inversión china a nuestro país.

Entradilla: Carlos Morales, primer cónsul de España en el sur de China, termina después de tres años con el reto de dar a luz el consulado de España en una demarcación que reúne siete provincias y en la que viven más personas que en todos los Estados Unidos. En 2009, Guangzhou, la capital de Cantón, sufría la operación de estética más importante de su historia reciente para albergar los Juegos Asiáticos del 2010. Las líneas de metro florecían hasta convertirse hoy en día en unas de las más modernas del mundo, a los edificios les lavaban la cara hasta que sus fachadas perdieron el aspecto mugriento, las calzadas se reasfaltaban, las zonas financieras engullían a los laberínticos barrios y los rascacielos surgían como setas.

Morales tiene la sensación de haber vivido un cambio en Guangzhou más radical que los tres años que marca el tiempo de su estancia. Aun así, se va con la pena de ver cómo el asunto de los derechos humanos conserva la rancia esencia que palpó tras su aterrizaje "en paracaídas"; asegura sentirse orgulloso de haber ayudado a decenas de empresarios españoles que, muchas veces, cegados por un oasis en donde se avista negocio seguro, se topan de bruces con un escenario repleto de trampas de las que sobreponerse: "Muchos no lo consiguen, pero otros, sí".

Desde que se creó el consulado, el número de españoles registrados en Cantón se ha triplicado y es que en el transvase migratorio entre China y España son más los últimos los que hacen las maletas.
"No me gustan los blogueros, porque en muchas ocasiones hacen un trabajo amateur y publican textos con falta de fundamentos que pueden hacer mucho daño, sin embargo, los periodistas son profesionales en los que confío plenamente", asegura este cónsul de aspecto joven y lozano que no se muerde la lengua. Nos invita a sentarnos en el sofá en el que normalmente escucha, como un psicólogo, a los empresarios españoles, sus hijos aquí. Porque ser cónsul de España en China supone una tarea más paternal que diplomática.


Citas destacadas:
"Los chinos, que son buenos comerciantes, ven que los precios del sector inmobiliario siguen bajando y cuando más bajen y crean que tocan fondo, empezarán a comprar. Zonas como el centro de Madrid, Barcelona, Mallorca o Ibiza siguen teniendo las viviendas muy caras".

"La obsesión por la formación y por el futuro de las nuevas generaciones en países como Corea, Japón o en China no existe en España".

"El deseo de la prensa anglosajona es que la economía china fracase".

"Para determinados centros de poder económicos del mundo, Wall Street Journal o Financial Times, y representantes del capitalismo liberal e individualista, que un país oficialmente comunista funcione y que en los últimos 30 años haga posible el mayor milagro económico de la historia es muy difícil de tragar".

"Venimos de un país con una de las mayores burbujas inmobiliarias de la historia. No creo que los dirigentes chinos, que son más listos que los españoles, permitan que esto pase en China".

"El Hukou (división del campo y ciudad) es un sistema de apartheid interno, que les ha funcionado para evitar que las ciudades chinas se convirtieran en grandes metrópolis tercermundistas como hay en India".

"El chino medio suele ser muy trabajador y aprende muy rápido y cada vez necesita menos los productos de occidente y los que necesitan son cada vez de más calidad y de mayor valor añadido".

"El 80 % de los españoles asentados aquí son pequeños empresarios que tienen grandes problemas para hacer entrar un contenedor, que se enfrentan a leyes volátiles, a normas que cambian sin preaviso, a que sus socios chinos les estafan, a que vayan a los tribunales y los jueces chinos siempre fallan en contra de ellos...".

"Empresarios españoles siguen llegando a China, profesionales liberales como arquitectos o diseñadores siguen llegando y salen adelante, trabajando mucho. Que a lo mejor trabajan lo mismo en España y salen adelante, pues no lo sé, pero prefieren venir aquí".

"Me sorprende que un gran país como China, con dirigentes tan inteligentes y brillantes, porque lo deben ser para dirigir este país, hagan tan mala política con los derechos humanos".

"Los chinos tienen razones para todo, en cambio los españoles a veces actuamos sin saber las razones".




Extractos de la entrevista, según bloques.

POLÍTICA
- La educación en China, ¿está siguiendo el camino adecuado?
-Hay una cosa que admiro no solo de los chinos, sino de todas las culturas asiáticas desde que vine aquí la primera vez en 1996. La educación es uno de los aspectos fundamentales de esta sociedad. La educación de los hijos es fundamental: la familia, el estado y la sociedad se vuelcan en la educación. Desgraciadamente, eso no lo he visto en España. La obsesión por la formación y por el futuro de las nuevas generaciones en Corea, Japón o en China no existe en España, y no sé si en otros países de Europa existirá o no. Evidentemente nos sacan ahí una gran ventaja. El día que en España la educación tenga tanta importancia como el fútbol, quizá empezaremos a cambiar.


ECONÓMICA
- Dice usted que los chinos son muy trabajadores, ¿qué le diría al presidente de Mercadona cuando dijo que los españoles deberían trabajar como los chinos?
-Es muy difícil trabajar como los chinos. Ellos tienen una ética del trabajo y es una ética que los españoles hemos tenido, sobre todo la generación de mis padres, la generación de la posguerra. Pero creo que alguien nos ha vendido en España en los últimos años que éramos un país rico y que el Estado iba a proveerlo todo. España es un país que ha funcionado en la medida que la gente trabaja, se esfuerza y se organiza y sale adelante. No somos Australia, un país con 23 millones de habitantes que vive en una extensión como toda Europa y que tiene grandes depósitos  de uranio y hierro; ni lo somos, ni lo hemos sido, ni lo seremos nunca. Creo que la gente debe asumir más responsabilidades, deberes sin renunciar a sus derechos, pero conseguir un equilibrio entre ambos. Los chinos cada vez exigen más sus derechos, tener un trabajo digno y unas condiciones dignas con jornadas laborales más reducidas con mayor días de descanso y mayores salarios, vivir en mejores ciudades, con ciudades más limpias, tener más oferta de ocio... Pero en fin, no estaría de más aprender un poco de la ética del trabajo aquí, que no significa copiar, porque somos muy distintos, con historias y antecedentes muy distintos.

PERSONAL
- Siempre habla con mucho sentimiento del empresario español que viene a China.
-No era consciente de ese mundo. Considero que son gente de una gran valía, de un gran coraje, les tengo un enorme respeto y admiración, porque al fin y al cabo yo soy un funcionario, un diplomático y soy un trapecista con red, pero ellos son trapecistas sin red.

Si están enamorados o lo han estado


Si están enamorados o alguna vez lo han estado o creído estar, abran Youtube y pongan de fondo el tema 'Keep holding on' de la banda WASP. También me vale 'Hold on to my heart', del mismo grupo. Cualquiera es igual de capaz.


Hacía mucho tiempo que no sentía el volcán en erupción dentro de mí, el que aniquila a la razón y se apodera del amasijo de sentimientos en el que nos convertimos.

Acababa yo de terminar la universidad y venía de una relación pasional que acabó derivando en turbulenta. Había estado enamorado por primera vez, como todos ustedes lo han estado, irracionalmente, sintiendo aquello que Platón llamó bendita locura; esa locura de doble filo que unas veces te lleva a besar el carmín del cielo y otras las cenizas del infierno.

Recuerdo que en la boda de mi primo Nacho, hace ya más de seis años, yo le decía a una pariente mía, más veterana que yo en este mundo, que aquella cicatriz permanecería en mí de por vida, que jamás volvería a sangrar tanto y que cualquier amor postrero no sería más que un amor fraternal.

Desde entonces me prometí prescindir del placer indómito de vivir la locura irracional de besar el cielo por evitar quemarme los pies en el infierno. El limbo sería el lugar donde me hospedaría, rodeado de cobardes y seres escépticos que rehúsan llegar al infinito por miedo a asomarse al precipicio.

Fue unos años antes, cuando todavía no había empezado la Universidad, cuando dejé, como todos ustedes lo hicieron, de dedicar poemas y poesía escolar a aquellos amores que venían y se iban con la volatilidad de una partícula de arena que se incrustaba en el ojo durante semanas y que luego se deshacía para siempre. Sin embargo, esa arenisca, cuanto más mayor nos hacemos es menos volátil y más molesta.

Muchos escritores han usado su pluma como el cantante ha usado su guitarra para contar que de nuevo estaban enamorados y descoser los sacos de pasión que cristalizaban en el interior. Autores desde los 30 a los 100 años, porque nunca uno deja de ser joven para caer y sangrar por amor.

Hoy me decía una compañera que sería imposible volver a recibir un poema de manos de un hombre, una actividad que queda archivada con la edad, cuestión que compartía hasta hoy en que estoy escribiendo todo esto, revelándome ante mis prejuicios.

Llevo un par de días saliendo a la calle y oliendo a ella en todos sitios, no solo los perfumes que se parecen a los de ella (todos los perfumes diría yo), sino oliendo aquellos rincones de la ciudad en los que como Pulgarcito, hemos ido dejando nuestra marca, una huella que despide un olor desquiciante cuando no se comparte con esa persona y otro olor maravilloso cuando sí se comparte. El mismo olor que despide mi casa cuando después de varios días sin verla, sus pertenencias, inertes, se han quedado desparramadas en la misma posición en la que ella las dejó. Y soy incapaz de tocarlas, como la madre que cierra el cuarto del hijo cuando este se ha ido para que la parte de alma que queda allí adentro no se esfume.

Después de tantos años siendo un cobarde, escondiéndome en cariños pasajeros, puedo sentirme orgulloso de decir que estoy enamorado, esa palabra que como un pez coleando se nos escapa de las manos y nos desgobierna hasta que el tiempo nos devuelva a proa para recuperar el timón de la nave. Pero mientras haya amor, que la tormenta del océano sea quien dirija la embarcación adonde quiera.

Y te lo digo por aquí, porque me escuchas mejor cuando te escribo.

domingo, 8 de julio de 2012

Café 107



Café 107 es el nombre de un bar que te extrapola al paraíso de la cultura. Es imposible venir aquí y no ansiar leer un buen libro, plasmar en una libreta vieja cualquier momento vivido o simplemente escaparte del mundo subido en la ola de una música deliciosa que suena desde los altavoces de alguno de los recovecos de este rincón de Guangzhou que como cualquier encanto de este mundo se aparece desde la maleza de lo rutinario, en este caso, edificios mastodónticos impersonales y un barrio levantado desde los cimientos de la humildad, joven y de aspecto snob.



Aquí hemos conocido a Michael, un chino guapete, de uñas largas y atuendo moderno que estudia periodismo y que da la sensación de balbucear el inglés, pero que en realidad lo domina tanto o más que cualquier extranjero no nativo angloparlante. Sin embargo, su taimada habilidad para hablarlo y hacerse entender hace que parezca que su dominio del idioma sea pobre. Como Michael hay muchos otros muchachos chinos, inseguros de sus capacidades cuando se juntan con un extranjero, como si cualquier detalle venido de occidente les sobrepasara por huero que fuera. Para Michael, tener a dos extranjeros ocupando una de las mesas y poder comunicarse en inglés con ellos hace que el día que se acaba le deje un regusto de felicidad.

En este rincón de Guangzhou uno se siente en casa, se relaja hasta perder la noción del tiempo y aprende a escuchar. Michael nos abre las ventanas de uno de los temas más tabúes en China, la libertad de prensa y nos habla de cómo la cantera de los informadores futuros se preparan para incorporarse a una misión infértil, la de descubrir los delitos del gobernante o esos conservantes añadidos a la injusticia social que edulcoran un país para que el beneficio de unos pocos y el perjuicio de unos muchos se note lo menos posible. Al fin y al cabo, la gran masa es la que levanta con sus hombros y buena disposición al país desde unas fábricas artesanales donde el cuello encorvado se desfigura hacia la vejez prematura y donde los ojos se ciegan enhebrando agujas en talleres desde donde se produce la gran parte del fusilado made in china.

La música que procede de los altavoces del Café 107 se adapta a la horma del lugar, con un pop de sabor a jazz y cantantes chinas que se asoman al extranjero con melodías que suenan a cualquier idioma menos al chino. Es el lugar perfecto para abrir el ordenador, comer algo y dejarse llevar al antojo de las horas, ya digo, en un oasis que te hace pensar, por unos momentos, que no estás en China, hasta que sales a la calle y encuentras de nuevo, sentados en taburetes de plástico en los portales, rodeando al Café 107, a esos hombres descamisados, delgados y de apariencia inocente que con su estilo de vivir maceran la identidad de un país.