miércoles, 13 de junio de 2012

Hong Kong, prohibido prohibir


No recuerdo cuándo fue la primera vez que fui consciente de que había una ciudad lejana llamada Hong Kong, pero sí recuerdo que la había imaginado muchas pequeñas veces y cada vez que recorría sus calles percibía un estilo más fantástico y un paisaje más inédito y planetario, más allá de cualquiera que hubiera en este mundo. El solo hecho de su nombre adquiere de por sí un tamaño monstruoso, como el del gorila del Empire. Pero Hong Kong, aunque tiene bastante de King Kong, es más humana de lo que se pueda pensar, aunque sus particularidades la hacen única, tal y como la había imaginado. Por eso, aunque suene a chiste, esta ciudad me recuerda en cierto modo a Gibraltar o a las ciudades más importantes de Sudáfrica; por la particularidad de que quienes viven en estas urbes no pertenecen a esa zona del mundo naturalmente y sin embargo han enraizado como raras avis.

Porque cuando uno cruza la frontera china y toma el primer metro en HK los rasgos chinos de sus habitantes se suavizan perdiendo su tono afilado; sus ropas se vuelven más elegantes y menos horteras; los modales vuelven y se respira un aire diferente que se llama libertad. Aunque la textura del pelo sigue siendo la misma, la manera de peinarlo es diferente y aunque sus ojos sean igual de rasgados, estos han visto mucho más que los otros y los otros han padecido más que estos. Y a medida que el tren se va adentrando en Kowloon el paisaje cambia, el tren se orea con culturas entremezcladas y la población joven es un calco a la que se ve en NY, mismo estilo, diferentes rasgos, misma apertura de mente. Por mucho que quieras asimilarlo se cortocircuita la mente, siendo posible que a cientos de metros de distancia se produzca un contraste tan marcado entre la cultura de uno y la de otro. Es posible que antes de la frontera solucionar cualquier trámite sea una odisea por las carencias idiomáticas y que al otro lado, esas mismas personas en apariencia hayan cambiado para ser capaces de atender cualquier consulta en inglés y ofrecer un servicio más amable. El sonido de los escupitajos se termina en el momento que se descorren las persianas del capitalismo puro y la fragancia del consumismo se esparce por sus calles aniquilando cualquier resquicio de inocencia. En las mujeres de Hong Kong no se encuentra esa risa atolondrada y nerviosa de las chicas chinas cuando un occidental las aborda. En Hong Kong mandan ellas desde el momento en que eligen qué ropa vestir. Muchas de ellas son inaccesibles por su belleza y por las barreras que imponen con su atuendo, algunas ejecutivas, otras doblegadas a la moda. El arte y la cultura tienen más presencia. Lo único que está prohibido en Hong Kong es prohibir. Hay gordos ingleses y americanos repartidos por los principales barrios de la ciudad y ser occidental aquí no marca diferencias. El turismo rebosa, hay familias de españoles asentados hablando en castellano con niños que serán trilingües desde pequeños. 

Hong Kong está formado por un reguero de 235 islas de diferentes tamaños, la mayoría de ellas despobladas, y por una península que se une al continente chino. Pero su principal actividad se concentra en la falda de una montaña con un frontal de rascacielos y actividad agobiantes y una concentración de personas que hace insoportable caminar.

Hong Kong tiene algo que hace que cruzar la frontera de vuelta a China resulte como pasar de Ceuta a Marruecos, que uno entiende que entra a un hábitat que no le pertenece.