martes, 10 de abril de 2012


Muchas veces he sentido la necesidad de saber tocar la guitarra para dar vida a esas palabras que solo pueden ser hiladas a través de la música y que no atinan con otro formato, pero como solo sé escribir, me toca desquitarme sin música pero con palabras, el consuelo más ancestral. Decía el poeta que los mejores versos se escriben en los peores tiempos. Ya no corren esos tiempos de hambruna y migración, muerte prematura y nacimientos de fetos muertos, pero corren unos tiempos en los que a uno le sobra todo lo que tiene y solo le falta el cariño que ha perdido por el camino. 

Comentaba un empresario experto en motivar al personal que esta nueva forma de vivir, en la que uno no muere hasta los 90 años implica que ya no haya una fidelidad eterna hacia la empresa en donde se madura y envejece; que es muy difícil mantener el amor fielmente durante 50 años sin aborrecer si quiera un instante a la otra persona; que uno necesita motivaciones temporales, proyectos parciales, que nacen y mueren. Y así hasta el final, porque necesitamos actividad, porque nacemos niños y morimos niños, meándonos encima. 

Por eso hay días en los que uno necesita sentarse y ordenar el cajón de la memoria para dejar espacio a los momentos que llegarán y saber que los que pasaron van tomando el color amarillo de la nostalgia, que nunca se desintegrarán pero que irán fosilizando sin retorno, como ese niño que crece y que ya no volverá a ser niño. 

Jamás sabré si haberla forzado a que tomara otro camino habrá sido la decisión acertada, pero cada vez la veo más pequeña, alejándose sin retorno, asomado desde el balcón de los recuerdos.

viernes, 6 de abril de 2012

clases de 'chino'


Ganarse la confianza de una fuente es el mejor premio que puede obtener un periodista. Aunque ahora no ejerza como tal, uno lleva su profesión por dentro y sabe distinguir una historia buena de otra mala. Y cuando esto pasa debe mantener en calma la pasión que por dentro le hierve.

Isaac, de la empresa Químicas Sanz, con su traductor
Asistí a una feria del mueble en el complejo más grande del mundo en organización de ferias y exposiciones, el de Guangzhou. Miles de kilómetros cuadrados destinados a exhibidores de empresas, clientes y compradores venidos de todo el mundo. Huele a negocio en todas las esquinas. A las 12.30, después de más de dos horas visitando stands para elaborar un informe para el Icex y recabar información para un cliente interesado en el diseño industrial, recogí a M e hicimos la pausa de la comida. La hora del almuerzo aquí es incluso más temprana que la europea. "Los chinos comen a las 11 o 11.30, así que lo mejor es que nos vayamos a las 12.30 para no hacer tanta cola", me comentaba M. Oculto el nombre porque aunque no creo que el gobierno chino se preocupe por este blog, intuyo que a M no le sentaría bien reconocer su nombre aquí. M nació en Mallorca, pero proviene de una familia china de la primera oleada de inmigrantes que puso pies, morada y futuro en España. "Restaurante La Gran Muralla", bromea. Tiene 27 años y una experiencia que se percibe en unos ojos que ya han derramado toda la inocencia a base de tanto abrir y cerrar el tarro de la vida.

La empresa Alvic, de la mano de su distribuidor en China,
montó un stand


M habla un español de jerga casi perfecta y de sonido casi engrasado. Ojos, boca y pelo chinos, pero sonrisa y humor europeos. Vivo como un moro, no se le escapa una y sabe manejar los tiempos y sus palabras para llegar a donde quiere, ni un metro más ni uno menos. Estudió en un colegio español hasta los 6 años, cuando su madre lo mandó a Shanghai con la abuela para que recibiera el cariño que en España le iba a faltar a causa de la dedicación que requiere la hostelería. Fue a la escuela hasta los 10 años. Regresó a España y fue absorbiendo el idioma nuestro hasta que lo dominó para tener que regresar con 14 años a China y otra vez venir a España para hacer el bachillerato y quedarse hasta perder de vista su adolescencia entre las playas de Mallorca. Tiene una novia francesa, algunos años mayor que él y también ha vivido en Ginebra, "la mejor experiencia de mi vida, macho, allí se vive bien, se gana mucho dinero. Una limpiadora allí gana como mínimo 2.500 euros y hoy en día más, con el franco suizo casi a la par del euro, todavía se vive mejor. Allí no hay problemas de dinero, pero aquí sí, amigo, aquí el dinero lo mueve todo". Días atrás, también en la feria y a la hora de la comida, ya había advertido a un chino que se había colado hasta dos veces consecutivas en una larga cola de espera en busca de la ración. "Los chinos son así, tío, no quieren problemas, pero se van a colar así silenciosamente y como los chinos no quieren problemas pues nadie le dice nada y parece como si no hubiera pasado nada". Dos días después fui yo el que secundé las palabras de M. Esperando al coche eléctrico que conecta los pabellones de la feria se me coló una pareja de chinos y al igual que hizo M, les recriminé en un inglés que ellos no entendían o no querían entender que retrocedieran a su puesto. Fue entonces cuando el resto de chinos de la cola reaccionó, hasta incluso cederme todos la primera posición en una demostración de vergüenza y supeditación a cualquier actitud occidental.
Una de las pasarelas que conduce de un
pabellón a otro

"Hoy en día se puede exportar de todo. Cualquier país puede hacer cualquier cosa y en China se hace de todo, menos artistas. China no tiene artistas", me decía M. "En China no hay libertad, en el colegio sufrimos la presión de la competencia. El mejor no es el más gracioso de la clase como sucede en España, aquí el mejor es el que mejores notas sacas". Le pregunté que por qué sufrían esa competencia. "En el colegio no solo sufres la presión del profesor, sino de todos los que te rodean, tu familia va a preguntarte, tus tíos, tus abuelos, la limpiadora que limpia el cuarto de baño del colegio va a preguntarte por tus notas. Yo estaba entre los normales de la clase, mis notas eran siempre de ochos y nueves, pero los mejores estaban entre el 9,5 y el 10. Esos eran los más reconocidos de la clase" -seguía-. "En China no se piensa. Aquí no se promueve que el alumno pueda pensar. En España hay libertad, yo me sentía libre cuando iba a España. Era yo mismo y el resto no podía decidir por ti, pero aquí dependes de tus padres. En España tu padre te dice que no salgas con una china y tú le dices a tu padre que te deje en paz. Aquí, si tú quieres estar con una china, dependes del dinero y entonces el padre dirá si eres apto o no y la niña tendrá que obedecer. Aquí todo se impone y por eso el chino que entra en el colegio hoy será un hijo de puta el día de mañana y se portará como un cabrón con sus trabajadores. En una negociación con un chino, te darás cuenta de que el chino nunca va a decir que no a algo, es más, tú te vas a ir con la impresión de que ya se ha llegado a un acuerdo favorable para los dos, pero el chino luego va a hacer lo que le dé la gana, porque tiene que demostrar poder ante sus trabajadores y simplemente por su orgullo va a trastocar todo lo acordado y hacerlo según le parezca aunque sepa que lo acordado sea más favorable, pero tiene que mostrar poder". 

M reconoce los defectos y las virtudes de los españoles y chinos por igual, tiene un corazón forjado en dos países. "Eso sí, el chino en las matemáticas es rapidísimo. Está adiestrado para eso, sabe el camino que tiene que seguir y no se va a salir de él. Por mucho que uno quiera, al final acaba entrando en vereda. Los chinos son animales, tío, son animales. Tú sabes que a un perro se le dice que se siente, si no se sienta se le da un azote; si no se siente se le da otro; si no, otro, y al final se sienta. Pues aquí es igual, ya te darás cuenta. Los comunistas tienen todo el dinero, tienen dinero de otros países, cantidades enormes de dinero de otros países, ya están podridos de dólares y ahora se están haciendo con euros, hasta que tengan más euros que la propia Europa. Ellos saben lo que quieren y no van a descansar hasta que se hagan los amos del mundo". Siempre me ha llamado la atención la cantidad de policías que hay en todas partes en China. "Esos no son policías, son guardas o en todo caso policías de la ciudad, no hacen nada. Están todo el día sentados, no trabajan". Y es que se calcula que solo en GZ se necesitan alrededor de un millón de trabajadores para cubrir vacantes. Un par de representantes de la empresa Conejero, del subsector de rodamiento para mobiliario lleva viniendo a GZ desde hace muchos años. También presentes en la feria, uno le decía al otro, China no es lo que era hace ocho años. "Cuando venía las primeras veces, veía en la carretera a un montón de chinos cortando uno detrás del otro los setos y matorrales de la carretera y ahora apenas hay, porque se necesita mano de obra en otros sitios. China ha cambiado. Ya tampoco se escupe. Yo llegué a contar más de 500 escupitajos seguidos mientras esperaba en el aeropuerto, lo de ahora ya no es escupir, hombre", le comentaba el más veterano al más novel.

"Los que de verdad imponen son los militares. A los militares se les manda a eventos importantes, a la expo de Shanghai, por ejemplo, muchos no llevan ni armas, pero tienen todo el poder. ¿No has oído hablar de la tortura china? Los chinos son crueles". Y me lo corroboraba horas después Igor Burgos, responsable de la filial alicantina Zahonero en China, la más veterana en GZ. Igor lleva ocho años en el sur de China, es padre de una hija china y casado con una china "occidentalizada", apostilla, "porque si no acabarían por consumirte en su cultura". "No puedo pensar que me quedaré aquí para siempre, porque pensaba eso hace diez años y luego, mira, de Zahonero Italia a Zahonero China. "¿¡Que no has visto accidentes en China!?" me preguntaba perplejo. "Yo era como tú, hasta que un día, en una carretera normalmente despejada de gente vi una acumulación de tráfico, me acerqué con el coche a ver por qué estaba tanta gente parada y vi una pierna por aquí, un tronco por allá, una pierna, la otra y los camiones pasando por encima".

La parcela española, con cuatro empresas españolas
integradas en él
Y poco a poco, en el tiempo que llevo aquí voy cayendo en la cuenta de que, como me dice mi predecesor en Extenda, la china "es una sociedad que ha pasado del estado feudal al capitalismo en solo 30 años" y han absorbido toda la transición de un estado a otro en décimas de segundo, de tal forma que es posible ver a chinos desterrados en los campos muriendo cuando las inundaciones ahogan sus cosechas, otros atiborrados de un dinero que jamás pensaron correría por sus venas de niño pobre y otros capaces de repasar con las ruedas de su camión las piernas de un muerto en carretera.

Por eso, día a día, después de haber sentido la fascinación del emporio chino, veo como esos castillos de piedra se desmoronan hasta formar una ceniza de contaminación en la que todos los chinos parecen autómatas, como si hubieran sido prediseñados al amparo de aquel libro que preconizaba un mundo feliz dominado por la casta Alfa y ordeñado por los Gammas. "En China no hay naturaleza apenas, nos la hemos cargado. Al Gobierno le da igual con tal de hacer dinero. Todo está lleno de cemento", dice M.

Sin embargo, cada mañana veo decenas de ellos con mascarillas, o niñas remilgadas sacudiéndose con aspavientos el humo de los autobuses, como mandando mensajes de desapruebo al régimen, pero siempre caminando obedientes por la vereda. Como dice Igor, "tengo un amigo casado con una china profunda, con sus tradiciones grabadas a fuego y está ya el pobre que no puede más".