miércoles, 19 de enero de 2011

Jugando a los países

Uno escribe este artículo como vacuna autoinoculada ante la plaga más venenosa contemporánea, los progres. Uno escribe para que quede constancia de que por ahora esquiva el mordisco del zombi que les transforme en uno más de ellos. Finalmente, los normales nos convertiremos en Leyenda, como la película que protagoniza Will Smith y un perro. Los progres han demostrado en el Senado cuán crónico se encuentra este enfermo llamado España; tanto peor que un apestado. Se recomienda a los sanos que emigren hacia horizontes más lozanos o que se queden, pero evitando el contacto diario con televisiones, periódicos, radios y las discusiones de temas políticos entre amigos. Se dispensan vendas para los ojos, tapones para los oídos y mordazas en cualquier quiosco socialista, que adivinarán por carteles como “Por el pleno empleo”; en Cataluña, “Por la plena ocupacio” y, en todas partes, con pasquines mordisqueados de una huelga de un 29/11 aún incrustada en los escaparates de los comercios. Nuestros padres buscaron la democracia y se encontraron con un gusano kafkiano que ha terminado por tornarse en una dictadura subterránea donde los votos se cuentan por dinero y donde el culo se pone en cualquier rincón de España a merced del mejor postor. Mientras, maquilladores como Rubalcaba pergeñan las tretas más tiranas para distraer al pueblo con telenovela barata para abuelas. George Orwell escribió un libro (cuyo fondo ahora solo se conoce por dar nombre a un programa de televisión animalizado) que debería ser de lectura obligatoria para que todos los escolares crecieran con capacidad de juicio ante el cainísmo político y la verbena de millones que se mueven a nuestra espalda. En este país plural, plural de gilipollas e idiotas, gastar 350.000 euros al año en jugar a la ONU en el Senado se sigue vendiendo como un ejercicio de sociedad o no sé qué carajotada ha dicho Caamaño. Sin embargo, si lo que quieren es jugar a los países, los políticos deberían pagarse estas payasadas con su sucio dinero y usar el dinero limpio de los contribuyentes en cuestiones más serias que en cachondearse de la gente.

martes, 11 de enero de 2011

Mourinho, el antihéroe

Mourinho, el antihéroe

Las guerras furibundas de antaño entre países, ciudades o barrios se han trasladado al fútbol. Las vastas catedrales adonde acudían los fieles se han cambiado por mausoleos estadios, unos más dichosos que otros, unos más plagados de guerreros talentosos y otros, menos. Sin duda, entre todos los generales del mundo, el que sobresale del resto es José Mourinho. Este hombre ha vertido su repugnante arrogancia sobre sus jugadores y su club como si se tratara de chapapote. En su casa cuelgan medallas y trofeos a los que saca lustre a diario con sus declaraciones petulantes. El portugués demostró este pasado fin de semana que su amor por el fútbol jamás será tan grande como el amor que siente hacia su figura como fetiche. Progresivamente, se ha pasado a hablar de esta personaje más a causa de sus impertinencias y aires patriarcales de gitano portugués que por sus virtudes profesionales. Este hombre gusta de relamerse sobre la estrella que enfoca el escenario mientras su equipo se desloma en el campo. No olvidemos que tantos otros personajes de la historia general quedaron trastornados cuando vieron incumplidos sus sueños de la infancia y se dedicaron a otro oficio paralelo a través de las malas artes con tal de lamer aquello que tanto ansiaron, aunque con ello movieran cielo y tierra. Decía Chandler Bing, personaje de la serie americana ‘Friends’, que siempre usaba el humor como “mecanismo de defensa ante la sociedad”. Detrás de esa coraza tras la que se presenta a diario el portugués se esconde un animal malherido. Tanto él como Cristiano Ronaldo son los antihéroes de un cuento que leen a diario millones de españoles. Ellos encarnan la figura protagonista contra los Messi, Xavi, Iniesta que persiguen destruir el anillo a las órdenes de un mago más cursi y progre (Guardiola) que Gandalf. Mou y CR7 son los Napoleón y Marc Lenders de la historia y los dibujos animados. Su histrionismo a la hora de actuar empobrece el honrado oficio de los payasos y deja mucho que desear con respecto a los actores más mediocres. Ambos se han vuelto presos de su propia cárcel dentro de un cuento al que solo le falta la moraleja.

jueves, 6 de enero de 2011

El don de la escasez

Solamente si se observa desde el prisma económico tendrán la razón la mayoría de ustedes. Y es que regalar cosas por Reyes mantiene vivos a los negocios locales e hincha un poco más al cerdo que alimentamos todos los españoles, El Corte Inglés. Pero esta misiva no pretende halagar a aquellos que revientan las tarjetas de crédito en Navidad, mor de su subconsciente o de las ataduras sociales de aparentar más que el oponente en todas las parcelas cotidianas. Esta carta alaba a quienes, aun con capacidad monetaria para llenar salones de presentes y pintar sonrisas fugaces en los pequeños, no lo hacen y, por el contrario, controlan el instinto consumista y material que alimenta la televisión en beneficio de la educación de sus hijos. Vale más quien calla que quien habla; quien con esfuerzo y sacrificio inculca a sus hijos valores que jamás aprenderán en la calle que quienes compran la entrada a la tentación y acceden al teatro del qué dirán con tal de no escuchar. Por eso, educar a unos hijos en el valor de la prudencia, la fortaleza, la superación y la otorgación de premios según los méritos adquiridos cuesta más que todo aquello que se pueda comprar con dinero y que convierte al donante en un poderoso deshumanizado. No digo que haya que exiliar la tradición de los Reyes (como sucederá con gobiernos ‘pijopogres alternativos open-minded’), sino que hay que cultivarla como una forma de premiar, de tal manera que demos a cada niño la oportunidad de saborear, descubrir, reinventar y, lo más importante, crear un mundo en torno al juguete; exprimir al máximo la esencia del obsequio en lugar de empobrecer la valía de cada artículo acorralado por decenas de juguetes paralelos que entorpecen el embeleso del crío. Todos quisimos un charco de paquetes que desenvolver, pero ninguno nos acordamos de ellos con el paso del tiempo. Sin embargo, todos conservamos en la memoria aquel juguete con el que soñamos, del que hicimos nuestro mejor amigo. Ahora, padres y demás privan a los niños de ese hallazgo e inundan los salones con trampas que usurpan el sentido de la imaginación a quienes todavía no la han desarrollado.